¿𝑄𝑢𝑒́ 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑡𝑖?

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Steve conducía la camioneta prestada con la vista fija en la carretera

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Steve conducía la camioneta prestada con la vista fija en la carretera. No estaba dispuesto a reconocer que el reciente beso que había compartido con Natasha en el centro comercial lo había hecho pensar en todo tipo de situaciones impropias. La pelirroja se merecía respeto y no que la estuviera acosando con la mente.

–¿Puedes bajar los pies de ahí? –inquirió con algo de brusquedad–. Tengo planeado devolverla.

Esa fue su forma de iniciar una conversación que comenzó a hacerse más interesante después de que ella preguntara:

–¿Qué quieres que sea para ti? –necesitaba escuchar esa respuesta más de lo que estaba dispuesta a admitir.

–Una amiga.

El tono de la respuesta le hizo mirar en dirección a la ventana de su lado y sonreír levemente. Steve nunca se animaría a dar el primer paso, así que ella debía encargarse de aprovechar el momento. Estaban yendo rumbo al lugar donde obtendrían la información que necesitaban para resolver todo o parte del misterio que los había obligado a huir, pero no estaban yendo a velocidad máxima.

–¿El tipo de amiga que atiende todas tus necesidades? –volvió a poner sus pies encima de la guantera.

–Si eso es lo que hacen los amigos –respondió sin entender la indirecta de la rusa.

Natasha reprimió las ganas de golpearse la cabeza ante esa situación. Decidió cambiar de estrategia.

–Oríllate en este momento –ordenó la mujer.

Steve obedeció de inmediato, girando el volante hacia la derecha y bajando la velocidad del vehículo hasta que finalmente se detuvieron a un lado del pavimento.

–¿Qué sucede, Nat?

–Quiero volver a hablar del beso, Steve. Y no, no me refiero a que estuvo mal. Sino al hecho de que estoy segura de que te diste cuenta de la tensión que existe entre los dos. No lo niegues, no puedes engañarme –pasó una mano por sus cabellos y recostó la cabeza contra el asiento.

Ignorar lo atraída que se sentía hacia el supersoldado había sido tarea sencilla en el pasado cuando el americano no era consciente de la química que existía entre ambos. O quizá solo había ignorado ese hecho para hacer las cosas más llevaderas. El hecho era que la situación había cambiado.

–Eres mi compañera, mereces que te respete –señaló observándola algo incómodo.

–Y todavía no logras convencer a tu cuerpo de eso, ¿cierto? –sonrió de lado.

Él no estaba completamente excitado, pero su hombría estaba de un tamaño mayor al que acostumbraba.

–Es un tema algo incómodo, no puedo controlarlo.

–Yo puedo ayudarte.

La oferta de la rusa logró que el supersoldado se sonrojara fuertemente. Quizá había malinterpretado sus palabras o quizá estaba ante una proposición directa.

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