Capítulo 16: Honrado dos veces

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El jefe Ondaz había mandado que le enseñaran a Ares los que iban a ser sus aposentos durante su estancia para recuperarse. Un par de sirvientes le acompañaron hacia una sala amplia y con poco mobiliario. Una cortina opaca era lo que se usaba para dar intimidad. La cama era un buen catre de madera sólido con un mullido colchón de paja y numerosas pieles por encima, para dar calor. Una de las sirvientas que lo había acompañado llevaba consigo una bandeja con una jarra de vino y una copa, dejándolas cerca de la cama. El otro sirviente había llevado consigo otra piel. Se marcharon dejándole solo, no sin insinuar ambos que quizá querrían quedarse ahí.

Ares nunca había sido tan listo como para captar esas sutilezas, y si Afrodita lo viera ahora mismo quizá le hubiera dado una colleja. Lo que si hizo fue acomodarse en el catre y tomar otra copa de vino, mientras suspiraba aliviado y relajado. En realidad agradecía poder tener algo de reposo.

No estaría mucho rato en la alcoba pues, tras apurar el vaso de vino, volvió al salón principal. Encontró allí a Ondaz, ordenando cosas a un par de sirvientes. Asuntos sobre el holocausto que se iba a realizar aquella misma noche, así como el banquete.

-Ondaz, quería hablarte.

El hombre se giró, interrumpiendo la conversación, mostrándose solícito.

-¡Enyálios! ¿Puedo hacer algo por ti? ¿Son de tu agrado tus aposentos y los sirvientes que te han acompañado?

-¿Que si son de mi agrado los sirvientes? Bueno, no se, llevaban bien las cosas, supongo... - Ares, de nuevo, demostró no enterarse de ciertas sutilezas. - La alcoba está bien, pero no venía por eso. Era sobre mi yegua y mi perro. Ahora mismo el sanador Corota está cuidando de ellos, pero me gustaría tenerlos a mi lado.

-¡Vaya! Lo desconocía. Puedes dejar a tu yegua en mis cuadras para que los mozos se encarguen de ella, y a tu perro puedes tenerlo por aquí.

Mucho más tranquilo, Ares fue a ver al anciano Corota. Este andaba haciendo sus cataplasmas y asomó la cabeza por detrás de la pared, escuchándose antes el repiquetear del mortero. Dejó lo que andaba haciendo para recibirle, pero se le adelantó Aigophagos para recibir a su dueño, saltando.

-¡Ei, chico! ¡Mi pequeño guerrero! - contrastaba que Ares le dijera eso a un perro que le llegaba casi a la cintura de altura en la cruz. - ¿Me echabas de menos? ¡Si solo llevo media jornada fuera!

-No ha dado ningún problema. - dijo Corota. - ¡Pero me he enterado de lo ocurrido! ¡Por todos los dioses, los guardias que lo vieron vinieron horrorizados por la escena en el túmulo!

-¿Tu también con eso, anciano? Era solo un gigante tonto, nada más... - Ares chasqueó la lengua haciendo un gesto de desdén con la mano.

-Lo será para ti, pero las noticias corren deprisa. El jefe Ondaz se ha encargado de ello. Un par de heraldos salieron proclamándolo, además del holocausto en honor a Ares y el banquete posterior que se hará.

-¡Oh, si! El holocausto a mi... digo... a Ares, si. Todo un detalle por parte del jefe. Uno se siente querido aquí. - balbuceó Ares. Corota le miró raro y el dios cambió de tema, veloz. - A todo esto, venía a llevarme a mis compañeros. El jefe me deja tenerlos en palacio, así que ya no tendrás dicha responsabilidad.

-Bueno, tampoco eran molestia. Supongo que nos veremos esta noche en el banquete.

Ares asintió y fue abuscar a Xena, mientras Aigophagos no dejaba de seguirle en ningún momento, con su rostro sonriente y la lengua fuera. Cogió la manta y el bocado, así como sus alforjas, y se dispuso a irse de ahí, de vuelta al palacio. Antes de irse, el viejo Corota le llamó.

El Perro de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora