No fue difícil dar con un sitio ocupado. A lo lejos, siguiendo hacia el norte, se veían pequeñas hogueras, y se escuchaban los ruidos lejanos de cabras y ovejas pastorear. Era una pequeña población de montaña, de aspecto autosuficiente, con unas cuantas chozas rodeadas por varias empalizadas de madera, bastante altas. Parecía un sitio importante, pues en la entrada incluso había un par de hombres armados. Llevaban pelta de mimbre, cascos cónicos y corazas pectorales de bronce, con túnicas de lana gruesa. Las lanzas y los puñales también eran de bronce. El que parecía el más mayor de los dos, un hombre con barba gruesa y pelo rizado moreno, se avanzó a dar el alto a Ares.
-¡Alto, viajero! Como forasteros solo pueden pasar comerciantes. Deberás dar la vuelta.
Ares enarcó una ceja y bufó. Xena hizo lo mismo. Aigophagos abrió los ojos con curiosidad y miró a su amo con su sonrisa perruna.
-¿A caso ya no hay hospitalidad para un hombre herido? Solo quiero ver a vuestro curandero. Luego seguiré mi camino. - Ares mostró su brazo izquierdo vendado, y se movió la túnica para que se viera el torso.
El guardia titubeó. Miró a su compañero más joven, que ponía cara de circunstancias mientras se encogía de hombros. Suspiró.
-Está bien, está bien. Te dejaremos entrar, como bien marca las ancestrales leyes de la hospitalidad. No bajes de tu caballo y mi compañero te llevará hasta el curandero.
Ares sonrió con altivez y las puertas de la empalizada se abrieron. El otro guardia tomó de las riendas a la yegua, adentrándose en aquel poblado de chozas de madera y adobe. El lugar parecía estar lleno de gente, con niños jugando, personas comerciando y el olor a pan tostándose. Algunos delos lugareños miraban con mezcla de fascinación y miedo a Ares. No tardaron mucho en alcanzar la choza del curandero.
-¡Viejo Corota, te traigo a un herido! - dijo el guardia, una vez llegaron.
Se tardaron unos instantes hasta que la puerta de la casa de adobe se abriera. Salió un viejo con una pesada túnica de lana por encima, y pieles de zorro en sus hombros. De su cinturón de cuero colgaba un saquillo que olía muy fuerte a especias. Su aspecto era fibroso, y aunque ya mayor, saludable.
-¿Un herido, dices? Vamos a ver... - el viejo Corota se quedó mirando a Ares. - Vaya, joven, te veo heridas, pero también muy íntegro. ¿Como te has hecho eso?
-Todo empezó cayéndome por un agujero y... - empezó a contar Ares.
-¡Vaya! Si es que hay que andar con cuidado. Baja de esa yegua y entra a la choza. ¿Porqué puedes bajar, verdad?
Antes de que se diera cuenta Ares había cruzado la pierna por encima del lomo de Xena y se había dejado deslizar al suelo. Tomó él mismo las riendas y las anudó cerca de la choza. Eso dejó anonadado al guardia y extrañado a Corota.
-Bueno, bueno, pasa dentro joven. Por lo que veo, no será tan grave.
Ares hizo caso y pasó dentro de la choza. El sitio estaba lleno de fetiches, ungüentos, especias de olor muy fuerte y animales disecados. También había cuernos de carnero, de ciervo y de uro, garras de oso, de lince, de leopardo y de tigre, e incluso tenía ámbar a muy buen recaudo.
-Siéntate ahí, joven, y quítate la túnica. Entonces, dices que te caíste, ¿verdad?
-Si, pero eso fue solo el principio. De la caída solo saqué un par de rasguños sin importancia. - dijo Ares mientras se sentaba en el catre que le había indicado. Se quitó la túnica, quedando con el torso desnudo. Suerte que dentro había un hogar con el fuego encendido, y se estaba caliente.
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El Perro de la Guerra
FantasiaTodos saben que el voluble Ares lucha hacia por el bando que derrama más sangre, pero no es hasta la muerte de uno de sus hijos que toma parte visible para los aqueos. Sucesos posteriores le harán ver que en realidad solo está siendo una herramienta...