Capítulo 22: Haciendo amigos

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Los satras pasaron ahí lo que quedaba de jornada y la noche entera. Hubo algunas celebraciones, aunque moderadas, pues bastante habían tenido que perder los cicones con el saqueo para tener que derrochar más en festividades. Ares se mantuvo apartado, asumiendo todas las cosas que había dicho. Que le reconocieran como dios y reconocerse como dios, siendo aún mortal, le causaba una dicotomia que lo hacía sentir culpable. No sabía si engañaba ya no a los demás, si no a si mismo, cuando afirmó tales cosas en público. El recuerdo de las palabras de la pitonisa Enilka, transmitidas por inspiración de Dioniso, le hacían recordar que aún tenía algo de divinidad en él.


Tras pasar una noche apacible toda la hueste de los satras embolsaron algo de provisiones para el par de jornadas de viaje y se marcharon de la tierra de los Cicones. Ares les acompañó en el viaje de vuelta. Leiva y su banda de guerreros lo aceptaron con gusto. Sería durante el camino que la jefa de los Satras se dirigiría a él.


-Nosotros si creemos en ti, "Asaltante de murallas". - le llamó Leiva, remarcando uno de sus epítetos que Ares había cumplido. - Como caudilla de los Satras me comprometo a que se te rete culto, se te realicen sacrificios y se invoque tu nombre.


-¿Aunque sea un mortal? - Ares mostraba inseguridad.


-Incluso los mortales acaban siendo divinizados, ¿verdad? Tus gestas propias de un héroe serán conocidas. Cuando nos llames, acudiremos.


-Lo tendré en cuenta y en muy alta estima. - Ares se sintió muy honrado por ese gesto y sonrió con agradecimiento sincero.


-En mi casa tienes sitio para recuperarte antes de partir.


-Me quedaré un tiempo, entonces. Al menos hasta que la herida de mi pierna se cierre un poco.
Pasaron las dos jornadas y alcanzaron, por fin, las abruptas y boscosas tierras de los Satras. Ares pasó entre ellos cerca de una semana mientras sus heridas se cerraban lo suficiente como para poder continuar con su largo viaje encima de Xena. Se hospedó en las dependencias de la casa de Leiva, donde fue tratado igual de bien que cuando estuvo en los salones de Ondaz, en la tribu de los Crestones.


Cuando ya se encontró mejor Ares retomó el camino hacia el norte. Se orientó en dirección noreste, hacia la tierra de los Díos. Su intención era poder salir de los valles boscosos y montañosos donde estaba encerrado ahora mismo y remontar el río Ardo hasta llegar a las tierras más llanas, encarado de nuevo hacia el norte. Le quedaba aún un largo camino hasta llegar a lo que él consideraba su destino, según lo profetizado por Enilka: las tierras que había entre el gran valle del Danubio y la cuenca del Dniéster, justo en pleno territorio escita. Era un viaje de noventa y cinco schoinos (unos 600 km), cosa que le llevaría casi doce días. Por suerte, llevaba las alforjas llenas.


Pasó su primera jornada de viaje galopando con Xena por estrechos caminos de montaña. Los bosques a su alrededor eran de coníferas, de un intenso verde oscuro, tupidos y densos. No tardó mucho en sentir humedad en el entorno y empezar a que el camino descendiera. La senda pasaba muy cerca del río Ardo. Lo curioso es que por el río solo circulaba una pequeña cantidad de agua, tal y como si fuera un riachuelo. Había algunos charcos de agua profundos entre rocas, pero por lo general no había ningún sitio por donde a uno le pudiera cubrir.

 

Bajando por la senda rocosa se podía ver, ya cercana, una villa adyacente al río. Estaba justo al inicio del valle, en lo que parecía ser cerca del nacimiento del Ardo. Empezaba a anochecer cuando Ares fue descendiendo, dándose cuenta de que el cauce del río no coincidía con las marcas que indicaban en la orilla de su paso y nivel habitual. Veía a algunas personas caminando hasta dentro del río y, con mulas, coger cántaros de agua grandes de dos en dos y hasta de cuatro en cuatro, volviendo a la orilla y dirigiéndose a las fincas. También eran visibles los sistemas de riego vinculados al río, en los cuales ya no llegaba el agua.

El Perro de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora