Ares pasó un tiempo terminando de curar sus heridas en la cabaña. Algunas veces aparecía Afrodita a verle, dentro de sus múltiples escaqueos de Hefesto. En realidad la titánide del amor vivía en un constante escaqueo del depravado dios de la forja. Se iba en breve tiempo, no obstante. La agenda de un ente inmortal solía ser más importante que la de un mortal. Enio se dedicó a llenar el vacío que había creado la caída de su hermano Ares, junto con todo el séquito, pero no era lo mismo.Atenea era cautivadora e inspiradora, sobretodo para las élites y aquellos con poder. Y esos influenciaban al resto de la gente.
También le solían visitar, Enio y su séquito, y le informaban a Ares de la situación.El antiguo dios de la guerra buscaba no exteriorizar más veces su pena, pero su naturaleza impulsiva le evitaba hacerlo demasiado bien.Tenía el corazón lleno de congoja, y pese a que había dicho de irse, aún no había podido. Terminadas de curar sus heridas físicas,aún quedaban heridas en su mente.
Llegaba el frío. Perséfone ya se había ido con Hades al Inframundo y Deméter había quedado sola. Sola y sin trabajos cumplidos. Cuando venía el frío la poderosa diosa de la agricultura tenía menos paciencia, y recordaba que había pasado un muy mal rato en el Olimpo hace unos meses por culpa de los arrojos de Ares, y aún se la debía. Decidió pasarse por sus tierras.
Deméter se encontró aun Ares distinto. Estaba algo delgado, con el cuerpo más fibroso delo que era habitualmente, con menos volumen. También tenía una larga barba desaliñada. Se le veía sucio y descuidado. En ese instante, golpeaba repetidamente un pesado saco de arena de su patio.Hacía frío, pero iba sin nada cubriendo el torso.
-Ares... - Deméter no se esperaba encontrarlo así, y su voz sonó un poco acongojada.
-Vaya, visitas... - había parado de golpear y se giró hacia la diosa. Tenía los hombros caídos y el porte abatido. - ¿Vienes a compadecerte de mi?
-Te habrán quitado la inmortalidad, pero lo de ser un cretino veo que no se te quita. -Deméter chasqueó la lengua. Recuperó el porte enseguida. - ¿Me haces el favor de ponerte algo y volver dentro conmigo?
-¿Qué pasa, no te gusta lo que ves? - Ares abrió los brazos. Se veía la cicatriz estrellada en el pecho, hecha por el rayo de Zeus. Se veía recién cerrada,aunque ya sana. Esa era la que más destacaba.
-La verdad es que no.¿Afrodita deja que la toques con esa mugre y esa barba?
Ares no dijo nada. Bajó los brazos y, con rictus serio y abatido, caminó hacia el interior de su casa.
-No, no me deja. - dijo Ares con un hilo de voz justo antes de entrar.
Una vez dentro Deméter se sentó como si nada, haciéndose suyo el lugar. Ares había tomado ya una jarra de vino y se disponía a beber un trago.
-¿Ahora vas a beber? -reprochó la diosa.
-Si, ¿por? Tengo sed,tengo vino, no tengo dominio que cuidar, pues bebo. ¿A quien le importa?
-¿A tu séquito, quizá?¿Afrodita? ¡¿A mi?!
-¿A ti? ¿Por qué puñetas iba a importarte a ti? - y tras eso, dio un trago a la jarra.
-Además de la inmortalidad también te han quitado la memoria. Tu hiciste un pacto conmigo que, por lo que veo, no estás dispuesto a cumplir. Y además,eres mi sobrino, y visto lo visto los familiares que tengo, hasta ahora parecías ser de los más decentes. ¿Estaba equivocada, acaso?
-...No, supongo... - Ares dejó la jarra de vino, algo avergonzado.
-Bien, tenemos un pequeño avance. Ahora, cuando me vaya, te acicalarás, comerás algo consistente, harás el petate y te irás hacia el norte, a buscar a esa maldita bestia que te pedí que mataras.
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El Perro de la Guerra
FantasyTodos saben que el voluble Ares lucha hacia por el bando que derrama más sangre, pero no es hasta la muerte de uno de sus hijos que toma parte visible para los aqueos. Sucesos posteriores le harán ver que en realidad solo está siendo una herramienta...