CAPÍTULO 30: HERIDAS DE CRISTAL

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Todo dentro estaba oscuro, la chimenea no estaba encendida, así que Grace abrió la puerta del todo para iluminar la habitación. Las dos camas estaban revueltas.

Hacía mucho tiempo, cuando los gemelos habían cumplido la edad apropiada para elegir su habitación, habían decidido permanecer juntos, dando la excusa de que estaban tan acostumbrados a dormir uno junto al otro, que de no hacerlo entonces no podrían dormir con tranquilidad.

Grace dejó la puerta abierta a su espalda, y se arrodilló junto a la cama de Henry, quien desde pequeño era quien motivaba a su hermano menor a hacer las cosas. Si los dos habían decidido escapar juntos a alguna misión, Grace se daría cuenta de a dónde, dependiendo de lo que encontrara bajo la cama de Henry.

La poca luz que entraba por debajo de la puerta le permitía ver simplemente sombras. El contorno de libros y manzanas a medio terminar. Grace hizo una mueca de asco, pero antes de alejarse de ahí, algo llamó su atención.

Algo que centelleaba en la oscuridad, como los ojos de una bestia en los cuentos de hadas.

Grace frunció el ceño en el momento en el que sumergía su mano entre las tinieblas. Sus dedos encontraron algo duro y frío, con la superficie pulida. Cuando Grace sacó la mano de debajo, pudo darse cuenta de lo que era.

Una llave.

Tenía incrustado un zafiro en la parte de arriba, y la llave se abría en dos, como las antiguas que Garnet guardaba en su viejo cajón de cosas muertas.

Grace se levantó del suelo y se dirigió a la puerta.

Tenía una pequeña pista sobre su paradero, y creía que encontraría la respuesta en esa llave.

En un delicado movimiento de su muñeca, el pequeño zafiro de la empuñadura dorada de la llave destello contra la luz de la luna, que entraba a raudales por la ventana de la habitación de los gemelos.

Grace posó uno de sus delgados dedos en la hermosa piedra, cuando escuchó un peculiar crujido que la hizo percatarse de que aquella llave no era una simple llave. El zafiro giró, dejando al descubierto un compartimiento pequeño, de donde sobresalía el extremo de un pedazo de pergamino doblado torpemente. Grace tomó delicadamente el papel y leyó lo que este decía.

-Las verdaderas puertas, no necesitan una llave real-leyó en voz alta. Algo dentro de su pecho le decía que Harry no estaba perdido, y peculiarmente tenía claro que los gemelos sabían lo que hacían.



Grace se detuvo frente a la puerta de la habitación de Greefen, con el puño alzado, tratando de recordar la vieja contraseña que los dos usaban de pequeños.

Entonces los números le vinieron a la mente.

Primero tocó tres veces, luego se detuvo dos segundos, para después volver a tocar esta vez cinco veces.

Grace se alejó un poco. Esperaba que Greefen no estuviese dormido, ya que eran pasadas las dos de la mañana.

No dormiría hasta haber encontrado a Harry.

Pasos apresurados resonaron tras la puerta, y entonces esta se abrió lentamente, dejando ver por la rendija entreabierta de la puerta a un chico joven, con los rizos negros revueltos sobre su cabeza, sus ojos esmeraldas y sus mejillas rojizas.

Grace se le quedó mirando.

Entonces se detuvo en su pecho, y descubrió que lo llevaba al descubierto.

Grace frunció el ceño, pensando en el frío que tenía ella misma, pero lo ignoró.

-Hola Gracy-la saludó Greefen, dirigiéndole una sonrisa cansada.

MITADES DE ÁNGEL- EL RETORNO DE EDNES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora