4. Malditas pociones

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    Severus Snape no necesitaba confirmar nada porque todos los síntomas estaban ahí, y aquel olor dulzón de Harry era más que evidente para él. No era tan difícil identificar un omega pero de todas formas, tuvieron que ir al hospital San Mungo. Se necesitaban análisis para confirmar al cien porciento la casta y también, para colocarlo adecuadamente en su identificación. Así que después del suceso traumático del pocionista, al día siguiente se tuvo que tomar un tiempo para dejarlo de lado y correr junto a Harry para ir directo a acabar con las obligaciones y la documentación.

   Una semana después de ese día atareado en el hospital, Snape se hallaba en una habitación algo pequeña que estaba muy oculta en su casa. Tenía una ventana amplia, que ocupaba gran parte de la pared oliva para la ventilación y otra biblioteca enorme detrás suyo donde tenía muchos más libros cubiertos de cuero negro y marrón. Él se encontraba sentado en un sillón desgastado de color negro y encima de un escritorio de madera dura, roble en específico, había varios ingredientes que cuidadosamente retiró de uno de sus tantos maletines. Por lo general, guardaba algunos materiales dentro de maletines de cuero negro, bien clasificados (por especies, alfabéticamente y función) porque no quería que Harry tuviera un acceso tan fácil. Incluso hasta tenían llaves. Si el pequeño llegaba a ingerir algo erróneo, podría morir sin problemas y Severus ya había optado por no sufrir más amarguras, menos como una de esas.

   De todas formas, era una habitación un tanto complicada de encontrar.

   También, la habitación poseía un caldero de peltre, similar a los que usaban sus alumnos de Hogwarts. Hace tantos años que no pisaba el castillo... No es como si lo extrañara tanto, después de todo nadie comprendía el arte de las pociones tanto como él. Pero disfrutaba desaprobando masivamente a los alumnos cuando ellos no demostraban interés por semejante arte como las pociones.

   Y ahora que lo pensaba otra vez, Harry dentro de un año e incluso menos tiempo, iría a Hogwarts. Si, por supuesto que iría a Hogwarts si hace mucho que lidiaba con los desastres de la magia del chico. De hecho, en parte no estar detrás de sus líos lo aliviaba, aún mantenía ese pensamiento. Él, Dumbledore, Minerva y los demás en el mundo mágico lo sabían y seguro, todos aguardaban la llegada del niño que vivió.

   Pero hace un par de horas, pensar en que podía ir a Hogwarts, repentinamente le hacía revolver el estómago.

   Su cambio tan inesperado de opinión no se trataba de lo simple, como el hecho de estudiar. Una de las cosas que más quería y apreciaba Severus era la inteligencia y la sabiduría. De hecho, si Harry era culto sería lo mejor que podría sucederle al chico porque tendría muchas oportunidades. Tampoco se trataba de futuras amistades. Aunque no quería tener niños revoloteando por la casa, no era algo que lo iba a matar. Y a pesar de que le gustaba la idea de que pertenezca a Slytherin, mucho menos se trataba de eso. Para él, era algo más complejo.

   Si, exactamente su problema. La casta de Harry.

   Las pociones que iba a elaborar servirían para que el aroma de Harry no sea tan intenso y pueda pasar desapercibido para él. Estaba más que claro el hecho de que este aroma era su punto débil y que podía causar una catástrofe. Además los alfas que estudiarían con él no estarían dando vueltas a su alrededor. Más adelante, preparía una poción más elaborada para que su celo no se manifieste y eso le proporcionaría una vida normal por lo menos los últimos años de estudio, intentando que su fertilidad no se vea perjudicada.

   Pero aquél plan no le dejaba ni un gramo de tranquilidad. Porque por más pociones y magia que haya de por medio de todas formas lo iban a acechar. Sí, eso es lo que le molestaba a Severus, que en un futuro podrían... No, no, Iban acechar a Harry. Porque en eso consiste. Y le revolvía el estómago, lo descomponía, la boca del órgano le ardía  y las facciones de disgusto aparecían cada vez que le daba vueltas al asunto.

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