30°

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Cuenta Lali

Pensé en subirme a un autobús, pero tenía suficiente dinero para ir en un avión. Ahora era una autora superventas; lo menos que podía hacer era comprar un billete de avión para volver a casa
sin contar los centavos que me quedaban en el banco. Así que hice exactamente eso. Primero, fui a casa de Peter. Estar casada con un actor tenía sus ventajas, como que no tenía que
llevar la cartera cuando salía con dicho actor. En un bolsito podía meter el teléfono y quizá un lápiz de labios, pero eso era todo. Por eso tuve que pasar por la casa para recoger algunos
artículos personales, cambiarme de ropa y, por supuesto, meter mi identificación en el bolso. No quería pensar en ello, pero era difícil no darse cuenta de que no había vuelto a casa. ¿Dónde había pasado la noche?
Tampoco quería pensar en eso.

A las doce y media estaba en San Francisco. A las dos me hallaba delante de la puerta de la casa de mis padres, donde había comenzado todo este desastre. Respiré hondo y levanté el brazo para llamar a la puerta. Mi padre abrió la puerta y pasamos unos segundos en silencio, mirándonos, lo que solo consiguió que apretara los labios y que las lágrimas comenzaran a fluir libremente por mis mejillas.

—Mi niña —suspiró.

Me limpié las lágrimas con rabia. ¿Por qué estaba llorando?

—Sé que estás enfadado conmigo, pero…

Me eché a llorar con más fuerza.
Patético, lo sé. Pero luego estaba en los brazos de mi padre, y él me susurraba palabras hermosas al oído. Valía la pena convertirme en un ser patético, pequeño y pusilánime. Ahí estaba a salvo. Me reconfortaba cuando me abrazaba con esa fuerza. Podía olvidarlo todo y saber que él cuidaría de mí como siempre. ¿Quién podría hacerme daño cuando mi padre estaba abrazándome? ¿Quién se atrevería a romper el corazón de una niña? ¿No se sentían todas las mujeres como unas niñas cuando su padre las abrazaba? ¿No querían todas quedarse allí hasta que los monstruos  desaparecieran? ¿No? Bueno, brindemos entonces por la independencia.Bebamos un poco de champán y celebrémoslo.
Prefería los abrazos de mi padre antes que cualquier otra cosa.

—¿Amor, quién está…? ¿Lali? ¡Oh, dios!

Cuando escuché la voz de mi madre y sentí su mano acariciándome el pelo con ternura, enterré el rostro con más fuerza en el pecho de mi padre y dejé que me consolaran como a una niña
pequeña.

Cuenta Peter

Después de vivir la peor mañana de mi vida, por fin encontramos a Euge en el hospital con su novio. Ella estaba hecha un desastre, y no quería ni imaginar lo que había pasado mientras esperaba que su novio saliera del quirófano. Me enteré de que Lali había estado con ella todo el tiempo, lo cual era un avance, ya que no podíamos encontrarla en ningún lado. Se había ido con Euge y había pasado toda la noche en el hospital mientras yo estaba por ahí. Fue un milagro que incluso pudiéramos lograr que nos dijera eso. Había visto las noticias, y estaba tan furiosa como yo, o más. La única diferencia era que ella estaba dispuesta a atacarme y
cortarme las pelotas para hacer unos pendientes para su amiga, no para quien fuera que me hubiera drogado o me hubiera hecho las fotos. Aunque llevó algo de tiempo, le explicamos lo que había pasado, y pareció dispuesta a creernos, ya que después de suplicarle me dijo que Lali había tomado un avión rumbo a San Francisco hacía horas.

A las diez de la noche, estaba en un avión privado, volando detrás de ella.
Resultaba extraño estar en el vecindario donde había pasado una gran parte de mi infancia. Todas las casas tenían el mismo aspecto que recordaba; incluso el maldito aire olía como en aquel
entonces. La casa en la que mi madre había decidido quitarse la vida también era la misma. Claro, parecía más alegre, y había flores que no habían estado allí cuando yo era adolescente, pero
estaba justo en el mismo sitio, escondida entre los recuerdos que quería olvidar. Esperaba que la familia que vivía allí fuera más feliz y funcional que la nuestra. Esperaba que los niños que crecían en esa casa no tuvieran que presenciar cómo su madre perdía lentamente la luz de sus ojos sin ninguna razón. Esperaba que tuvieran otra casa en la que pasar el tiempo si las cosas no les iban tan bien, alguien que se preocupara por ellos como Nico y Emilia se habían preocupado por mí.
En ese momento, estar de pie frente a su casa en medio de la noche no me daba tanto miedo como había pensado cuando estaba en el avión. Fue más como volver a casa, y esa fue una buena
sensación para alguien que no había tenido un hogar durante la mayor parte de su vida, alguien que había perdido a sus padres en el camino y, durante mucho tiempo, no había tenido algo real a lo que aferrarse cuando las cosas se le pusieron difíciles. Tal vez no era tan aterrador como había pensado que sería, pero, aun así, iba a ser un desastre. Además de sentirme un desastre, también parecía un puto desastre.

Después de pasar diez minutos enfrente de su casa, sin saber cómo reaccionarían los padres de
Lali al verme, sin saber si ella querría verme, me armé de valor y llamé a la puerta. Cuando Nico abrió la puerta, se le endurecieron los ojos cuando vio que era yo quien estaba en el porche, mientras por mi parte todavía trataba de superar la sorpresa de ver a mi mejor amigo después de tantos años de separación. Nico no tuvo ese problema.

AMOR DE INFANCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora