Capitulo 25 - Necesidades Básicas

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                                                                    Necesidades Básicas

“¿Será verdad hasta cierto punto que no hay frontera definitiva entre lo bueno y lo malo? Obviamente, se trata de una cuestión de grado, pero tampoco estoy convencido de que la diferencia entre los buenos y los malos sea tan ambigua, como creería mucha gente ordinaria. Hay criterios que nos posibilitan delimitar claramente las dos categorías”. ―Junichiro Tanizaki

Dos mujeres entraron a uno de los más altos rascacielos de Manhattan, Nueva York. La primera era alta, delgada y de frondosa melena castaña en rulos que avanzó a toda velocidad en dirección a los ascensores con altos tacones resonando bajo sus pies; detrás iba la segunda, siguiendo sus pasos apresuradamente forrada de pies a cabeza con un hábito de monja; de las dos la única que parecía ir acorde al lugar era la Doctora Oriana Ultravi por su elegante forma de vestir, pero el hecho de que la persiguiera una mujer religiosa fue suficiente para que muchos empresarios dirigieran una mirada extraña a ambas cuando cruzaron el lustroso recibidor de mármol y granito.

Ultravi no estaba para nada contenta con la situación en la que se había metido por culpa de la monja que viajaba a su lado en el elevador y procuró durante todo el viaje desde Gales intercambiar la cantidad mínima de palabras con ella, era una ingeniera molecular no una traficante de personas, pero eso no le importaba a los Di Molise, no señor, aquellas personas no tenían un solo dejo de paciencia con nadie, incluso cuando la mayor parte de su éxito, para no decir toda, venía de ella.  

Odiaba a sobremanera el asunto pero si quería mantener su cabeza pegada al resto de las extremidades debía asentir y callar como “una buena niña”, si todo salía bien en pocos minutos dejaría el pesado lastre que para ella era Rose y volvería a la paz de su laboratorio con sus placas de Petri llenas de Virus, a las que consideraba como sus hijas; con excepción de otros proyectos que no quería recordar pero que últimamente estaban en boca de todos. Oh, como rió para sus adentros cuando veía las caras que hacia la monja al leer el expediente de Genevieve semanas antes «pobre ilusa, mas de dos décadas cuidando y protegiendo la más grande inversión del mundo sin darse cuenta», pensó nuevamente Ultravi mirando de soslayo a la mujer, que no dejaba de estrujarse las manos mientras miraba cambiar los números digitales del ascensor al subir de un piso al otro.

El viaje no duró mucho y antes de que la hermana Rose diera un paso fuera Ultravi se le adelantó nuevamente. La estancia cuadrada antes sus ojos era bastante agradable, sencilla pero al mismo tiempo elegante con pocos objetos pero todos útiles, con su piso de moqueta negra, sus paredes tapizadas en blanco de largas franjas doradas, sus muebles de cuero beige que bordeaban el lugar y en una esquina el infaltable ficus de toda recepción.

Un escritorio de cristal al frente, de cara al elevador resaltaba entre las demás piezas del lugar con una joven de rasgos mediterráneos detrás tecleando distraída en un ordenador, que no reparó en ellas hasta que la morena estuvo lo suficientemente cerca y carraspeó para hacerse notar.

― Buenos días ―saludó la joven con una practicada sonrisa que le hizo achicar la depresión de sus ojos avellana― ¿En qué les puedo ayudar? ―inquirió, no sin tener cierto dejo de curiosidad por la monja.

― Soy Ultravi, tengo una cita. ―respondió tajante manteniendo su mentón alzado.

― Muy bien, tomen asiento y enseguida las haré pasar.

Con un asentimiento Ultravi se giró y ocupó uno de los muebles de la recepción cruzando una pierna sobre la otra mientras veía como Rose le seguía los pasos y se sentaba a su lado.

Club Wonderland - 30 Seconds to MarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora