Capitulo 36 - Ascendiente

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Ascendiente

"Hay tres cosas que no pasan mucho tiempo ocultas: el Sol, la Luna y la Verdad" ―Buda Gautama



Nieve.

Nieve en copos tan blancos como pequeñas motas de algodón descendían imparables en los alrededores de aquel inmenso árbol y, junto con el frío, volvían la estadía de sus dos residentes más una tortura que un memorable encuentro de hadas como se habían prometido. Pero allí estaban, uno inconsciente sobre el regazo de una joven chica de cabellos plateados que no paraba de vigilar al primero desde ya casi tres horas; por suerte se encontraban a una buena altura en el centro del roble, con ramas que aminoraban las corrientes de viento o sino la chica tendría problemas más graves que el frío de los cuales preocuparse en aquellos instantes.

― Si yo soy una Caperucita/Loba ¿Quién eres tú? ―recordó haberle preguntado y él respondió:

El Cazador.

Pero la realidad era otra y la que terminó cazándolo fue ella después de todo y lo peor no era eso, sino que aun se preguntaba que rayos había sucedido después de aquel beso. Qué hizo mal y porqué todo tenía que desmoronarse precisamente ese día, el día de su décimo octavo cumpleaños. Genevieve se quedó unos instantes quieta mientras distraída acariciaba un mechón de cabello azabache de Dominic que sobresalía por su nuca, tratando de captar algún sonido de los alrededores, pero la mudez del lugar trajo consigo un profundo pesar.

Sabía que más allá se encontraba la Abadía de Santa María del Monte con sus monjes benedictinos y que en dos horas se levantarían para iniciar una nueva rutina de oraciones y trabajo, sabia también que incluso más lejos estaban las colinas de Langhe, ahora invisibles por la niebla y la nieve, y que en sus laderas encontraría varios pueblos con decorados iguales a postales Navideñas.

Puertas de maderas decoradas con coronas hechas de ramas de ciprés, árboles llenos de luces y adornos que daban un exquisito aroma a los hogares y toda aquella gastronomía italiana que tanto le gustaba: dulces, buñuelos, panetón...Un gruñido en la boca de su estomago le hizo volver a la realidad y suspirar. Que no daría por una buena taza de chocolate caliente en ese instante.

Pero no podía concentrar su mente en aquellos pensamientos, no ahora cuando saltar de aquel árbol significaba hundirse en una capa crujiente de nieve de noventa centímetros, no era una opción, simplemente no lo era. El problema radicaba en que su amigo no despertaba, respiraba sí, pero a un ritmo que casi le pareció una alucinación los primeros instantes que se sobrellevaron después del ataque y que le costó precisar hasta que no dejó de llamarlo a gritos y llorarle encima.

Si salía en busca de ayuda significaba demasiadas explicaciones y preguntas que responder, la mayor de ellas ¿Qué hacían ambos a mitad de la noche robándose el vino? La segunda, peor que la primera ¿Cómo había quedado Dominic inconsciente?

A Genevieve no le fuese importado quedarse en la cripta aquella noche como muchas otras de invierno, pero últimamente no dejaba de decirle que sí a Dominic en cada locura que planeaba; desde las travesuras sonando la campana de la abadía durante la madrugada hasta salir del convento. Nunca llegaban muy lejos caminando así que él en más de una ocasión propuso ir en auto a la ciudad y a todo aquel mundo de libertinaje nocturno; si bien para sus ojos Dominic comenzaba a verse como algo más interesante que un simple amigo también suponía que alguien con su dinero, juventud y hermosura ya tendría una chica semejante.

No fue hasta esa noche cuando le besó que sus suposiciones podían estar erradas. «A mala hora resultas un peligro para todos ¿es que acaso no es suficiente con tu palidez y foto sensibilidad? Tenias que dejarlo catatónico también» se dijo, odiándose a sí misma una vez más en ese tiempo que llevaba allí sentada en una incómoda posición, abriendo y cerrando los puños para evitar el congelamiento de sus manos.

Club Wonderland - 30 Seconds to MarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora