Me tenés a mí

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Te veo todos los días.

Te levantás relativamente temprano, te preparas el café de todas las mañanas junto a esa tostada que no puede faltar; a pesar de que aquel desayuno lo comas todas las mañanas no te cansás de hacerlo. Nadie lo entiende, pero vos seguís haciéndolo porque realmente no te importa mucho. 

Agarrás tu termo, lo llenás con más café y salís de tu casa, bien abrigada, a la parada del colectivo. Aprovechás para ponerte al día. Mandarle un mensaje a tu mamá avisándole a la hora a la que volvés a casa y unos "buenos días" a alguna que otra amiga. Lo días en donde hay sol, subís una historia a tu cuenta de instagram. Te gusta la luz natural. 

Cuando subís al colectivo, te ponés los auriculares. Te los ponés porque así no pensás en nada más que en la canción. Sabés que sin esos cables y esa playlist vas a sufrir todo el camino con tus pensamientos negativos, o con la ansiedad sobre las cosas que tenés que hacer. 

Además te encanta. Te encanta ver las calles, los árboles, las casas, los perros, las personas caminando, con esa música de fondo. Llega un momento que te perdés. Ya no estás ahí. Estás en tu mente, en la parte linda de ella. Las canciones pasan y vos te metés de lleno en sus letras. Para cuando te das cuenta de que llega la parada, observás a tu alrededor para ver cómo te podés parar y así acercarte ala puerta. Esto incluye muchos malabares. Mucha gente en muy poco espacio. "Eso es lo único malo de los transportes públicos", te decís. 

Realmente no odiás viajar en colectivo. De hecho, lo disfrutás. Lo único malo que tienen estos es que algunos se llenan demasiado y si no estás en un asiento, te sofocás.

Llegás a la facultad, aquella que a estas alturas es como tu segundo hogar. Pasás la mayor parte del día metida ahí. Entrás temprano a las clases, y cuando salís, en lugar devolver a tu casa, te vas a la biblioteca. A veces anotás apuntes, otras escuchás clases, y otras, quizás, simplemente optes por leer algún que otro libro que hay ahí. Para cuando llegás a tu casa, algo tarde, estás muy cansada. 

Realmente sentís que tu cerebro y tu cuerpo arden del cansancio. Después de terminar de hacer lo que tenías quehacer, paraste a tomar un café, y recorriste un poco el barrio con el café en mano. Amabas hacerlo, era tu momento de desconexión del mundo. En este momento no usabas ni el celular, ni tenías puesto los auriculares. Sólo escuchabas el ruido de los autos, personas, la ciudad. 

Llegabas a tu casa y estaban esperándote para cenar. Cenabas con tu familia, no opinabas mucho. Realmente no hablabas. Sólo, escuchabas. De vez en cuando opinabas, pero estabas muy metida en tus pensamientos. Luego de cenar ayudabas a tu hermana a guardar y limpiar, y  te metías en la ducha, directo a aquella lluvia de agua caliente para relajar los músculos.

Te tomabas tu tiempo. Ponías canciones de Billie Eilish y dejabas que se repitan una y otra vez. Hasta ese momento tu cabeza iba a mil por hora. Ya habías estado dándole vueltas a tus tareas, estudios, personas, problemas, situaciones que te ponían tensa. En la ducha, hacías una pausa. Imaginabas que el agua arrastraba con sí todo ello. Por veinte minutos disfrutabas de lo caliente del agua, del pelo mojado, del jabón.

Yo te agradecía si decirlo.

No sabés cuánto quería que llegara ese momento. 

Que nos des el placer de que ambos paremos.

Habíamos hecho mucho esfuerzo durante el día, y ya no dábamos más.

Tuve que guardar algunas reservas, ya sabés, para que puedas tener esta mínima energía para bañarte. No te quiero ver mal.

Te quiero, y quiero que sepas que siempre voy a estar acá para tratar de hacerte sentir mejor. Sé que te sentís sola, pero, no lo estás. Me tenés a mí.

Te quiero, mucho.

Atentamente,

tu cuerpo.

Introspección. Soltar y descargar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora