No recordaba mucho o mas bien nada en realidad, lo cual raramente no le extrañaba, en el fondo era el tipo de persona que no le molestaban ese tipo de cosas.
Si, cosas. Esto no eran solo cosas, era toda su vida por el amor de dios.
Inhalo profundamente y exhalo con la misma intensidad, definitivamente este seria un buen momento para crearse películas ideales para los premios Oscar... pero no se le ocurrió nada.
Naaaada...
—Esto no es bueno—se declaro a si misma. ¿A quien más podría?
Con los brazos en jarras repaso su bonita habitación; tenia una gran repisa llena en su mayoría de libros contemporáneos, el nombre de Emily Dickens se repitió varias veces, aunque no podía ubicarla de ningún lado; algunas biografías, etcétera. Tenia un sillón de color blanco, que combinaba con todas las paredes del mismo color.
Lo único que sentía que no pertenecía a la habitación, era la inmensa pared decorada por completo de marcos de fotos... sin fotos.
No había ningún rastro de quien era ella, solo sabia que le gustaban los libros contemporáneos, poemarios y algo llamado feminismo.
Raro con creces.
—¿Dónde demonios estoy? ¡Tengo derechos!—grito al aire, pensado que alguien la escucharía.
Al parecer nadie la escucho aunque también había esa otra posibilidad...
—¿Por qué no me responden? ¡¿Es porque soy mujer?!—sin respuesta, no creyó que funcionara de todas maneras.
¿Era siempre dramática o solo actuaba así porque sentía pánico?
Sabia que si Ansel estuviera allí, el mismo le ayudaría con insultos creativos.
—Ansel
Aunque no lo recordaba, sabia que era el chico mas importante de su vida.
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Había perdido la cuenta después de contar la numero ciento veintisiete atrapada, y aunque el era un fanático del deporte, estar solo, encerrado y sin nadie con quien hablar mas que con la compañía de una habitación deportiva se había convertido en algo tedioso de soportar.
Movió los pies, impaciente.
Estaba harto de ese lugar, porque a pesar de que le asentaba tan bien, sentía en su interior que no pertenecía en absoluto.
El jamás pondría ocho posters del hockey en una sola pared, le gustaba el deporte, pero no era un aficionado con todas las letras.
—Si tan solo Sarah estuviera aquí...—suspiro.
Fue un poco raro despertarse sobresaltado y repetir continuamente el nombre de Sarah buscándola por toda la habitación sin recordar como era o quien era, pero después de darle vueltas al asunto, asumió que ella era importante en su vida.
También le dio una vuelta a su habitación, encontró: posters de hockey, palos de hockey, discos de hockey, pelotas de tenis, un pequeño buro con pans y ropa casual y eso era todo.
No amaba el hockey, pero aun así tenia toda una habitación con temática de hockey. Ahí supo que tenia muchos secretos que en ese momento no recordaba. Parecía que vivía dos vidas; eso le dio un poco de gracia.
Se distrajo rebotando una pelota de tenis sobre la pared, no sabia exactamente como, pero lo ayudaba a olvidar en que estaba metido.
Mientras pasaba el tiempo, datos "irrelevantes" rebotaban en su cerebro, no pensó demasiado en ellos, solo quería olvidar por un momento su realidad.
—Necesito salir de aquí—dijo a la pelota verde.
Abrió la puerta de nuevo—una puerta relativamente sencilla—pero no pudo dar el paso para salir de la habitación, tenia miedo.
¿Por qué lo desconocido asusta tanto? Se pregunto por milésima vez, pero ninguna de sus respuestas tenían un hecho irrefutable, así que solo se limitaba a repetirse eso en la cabeza.
Cerro la puerta de nuevo y se sentó sobre la cama, recogió la pelota y la siguió rebotando sobre la pared, después de atraparla treinta veces, noto como su tic nervioso en los pies desaparecía.
Repaso de nuevo el único dato que consideraba importante:
—Mi nombre es... Ansel, tengo dieciséis años y Sarah es mi...
Como siempre que ocurría cada vez que pensaba en ella, se quedaba en blanco, solo divaga sobre quien podría ser esa castaña.
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Estaban hartos de sus habitaciones, no había duda alguna de eso. Cuando ambos no pudieron soportar la presión de la soledad, golpearon todo lo que tenían a su alcance.
El tiro su estantería con viejos libros de leyes.
Ella arrojo viejos libros contables.
Ruido.
Lo único que deseaban era escuchar otro sonido que no fueran sus respiraciones o su voz; escucharon mas que eso.
Ambos se escucharon con dificultad, acababan de comprobar que las paredes aislaban los sonidos, pero aparentemente no lo hacían tan bien, pues ambos oyeron los golpes de la estantería repleta de leyes sobre paginas y de los gruesos libros contables.
No estaban solos.
Se permitieron respirar y desde ese momento, ambos golpeaban la pared con fuerza, para hablar, para sentir que no estaban solos, para intentar verse.
Para salir de allí.
Ellos no se entendían, en absoluto, pero se imaginaban lo que la otra persona hubiera querido decir:
Para ella, un golpe suave que apenas se escucha, quería decir: estoy aquí, háblame.
Para el, ese mismo golpe significaba: no estas solo, estoy contigo.
Cuando golpeaban dos veces, eso ya era un mensaje mas complejo que podía interpretarse de muchas maneras:
Quiero salir de aquí, para ella.
Quiero conocerte, te necesito, para el.
Cuando daban un golpe seco solo podía significar una cosa.
Tengo que irme, para ella.
Buscare una manera de salir, hasta luego, para el.
Lo único que aun no habían descifrado, era como comunicare más, además de lo que ya lo hacían.
El quería contarle su nombre y preguntarle por que estaba allí.
Ella quería saber todo de el y contarle todo de ella, aunque no lo recordara.
Querían tener a alguien, un pilar en quien confiar.
Jules ansiaba entender por que estaba allí y si podía ayudar a alguien mas.
Jonas solo soñaba con salir corriendo, agradecerle a la persona de al lado y moler a golpes a quien fuera que lo había encerrado como a un animal.
El no lo soportaba, ese zumbido de la soledad avisándote de que estas solo, siempre estuviste solo.
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Olvidados
General Fiction"Y en un cerrar de ojos, el viento se llevo nuestros recuerdos" Despertar en una habitacion blanca y no recordar nada, ni siquiera tu nombre.