Capítulo 3.

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  Corro lo más rápido que puedo hacia allí. Pienso en todas las personas conocidas que deben estar adentro: Rose, la carnicera; James, el frutero; Alex y Mary, los pescaderos...Me acercó y veo que en todo el pueblo reina el pánico.
  -¿Ha salido alguien?-le digo a una mujer de mediana edad y pelo castaño que observa mi cara de preocupación.
  -Si, han salido muchas personas, no creo que quede nadie- dice la mujer de pelo castaño-. Se los han llevado al hospital-señala al edificio más grande de la plaza.
  No sé que hacer. ¿Y si queda alguien dentro? Nadie se mueve de su sitio mientras observan y esperan a que las llamas conviertan el mercado en un montón de cenizas. Soy una niña de 16 años no puede entrar ahí...
  Empiezo a notar calor. Estoy en medio de las llamas. He entrado.
Voy andando entre los escombros evitando las llamas que no dejan de bailar a mi alrededor. Observo y oigo intentando encontrar alguna señal de vida. Empiezo a gritar:
  -¿Hay alguien?
  No oigo nada, salvo mi respiración que se ve interrumpida por un ataque de tos. Cada vez me cuesta más trabajo respirar, hay poco oxígeno.
  Me falta oxígeno.
  Vuelvo a gritar aún más fuerte:
  -¿Hay alguien?
  -¡Aquí!-me dice una voz afectada por el humo-¡Ayuda, estamos aquí!
  Consigo identificar de quién ha salido la voz: Mary, la pescadera. Corro hacia ella y la veo sentada al lado de Ale, su marido, que está debajo de numerosos escombros y casi no respira. Le observo, quizás tenga la pierna rota. Me acerco a ellos y me agacho al lado de Mary.
  -Mary, ¿estás bien?-le digo a la mujer casi gritando. Las llamas tapan mi voz.
  -Si, pero Alex no. He intentado ayudarlo, pero,...-dice tosiendo mientra señala los escombros-pesan demasiado.
  -A la de tres levantamos ese escombro de ahí-le digo señalando un escombro.
  Ella asiente y me mira.
  -¡Una-nos acercamos al escombro-, dos-agarramos el escombro-, tres¡-levantamos un escombro y lo tiramos a un lado.
  Poco a poco levantamos otros pequeños escombros mientras nuestra tos aumenta. Los quitamos todos y por fin Alex respira. Lo ayudamos a incorporarse. No puede mover la pierna. Como imaginé está rota.
  -¿Sabes si queda alguien más?-le digo a Mary gritando.
  -¡No lo se!-grita también ella.
  Observo a nuestro alrededor. Las llamas aumentan de tamaño. Tenemos que hacer algo o moriremos aquí.
  -¿Crees que tu sola podrás sacarlo de aquí?-señalo a Alex.
  La mujer de pelos rubios lo mira durante unos segundos y vuelve su mirada a mí. Alex es de gran tamaño pero Mary también lo es.
  -Si-me dice-. Pero, ¿y tú?
  -Voy a ver si queda alguien más-grito.
  Entre las dos, ayudamos a Alex a levantarse. Andamos hacia la puerta y paramos. Los miro y les hago un ademán para que salgan. Mary me mira y se va con el brazo de Alex por encima de su hombro. Me doy la vuelta y me apresuro. El mercado se derrumbará de un momento a otro convirtiéndose en pasado.
  Camino a paso ligero y grito:
  -¿Hay alguien?-grito.
  No obtengo respuesta. Mi tos aumenta y no puedo respirar, mis pulmones no pueden dar más de sí. Nunca había sentido una sensación así dentro de mí, como si sacaran de mí todo lo que tengo y lo echaran a un vacío interminable del que no hay salida. Mi cuerpo poco a poco empieza a dejar de funcionar. Mis piernas tiemblan y no puedo dar ni un paso más. Mis oídos pierden la capacidas de audición y se en taponan. Odio saber que lo último que han escuchado son el sonido de las llamas que, por decirlo de alguna manera, se ríen de mí. Observo todo antes de caer al suelo y recuerdo la primera vez que vine aquí. Solo tenía 10 años, acabábamos de mudarnos aquí por la muerte de mi abuelo. Mi madre quería compar fruta para hacerme mi zumo natural favorito de naranja, pera, plátano y uva. Vinimos al mercado y paramos en el puesto de James. Recuerdo lo joven que era. Mi madre le contó que eramos nuevas aquí, en Regiwick. Nos dio la bienvenida y nos sonrió dulcemente. Estábamos a punto de irnos del mercado, cuando me llamo la atención una cabeza de un pescado más grande que yo. Me solté de la mano de mi madre y corrí hacia el pescado para admirarlo. Mi madre corría detrás de mí y yo no paraba de reír, hasta que Alex, el pescadero, me paro para llevarme con mi ahogada madre. Ella le dió las gracias y después le compró un pescado de Río, no recuerdo su nombre. Antes de irnos, Alex nos presentó a su novia, Mary, que también nos dio la bienvenida.
  Vuelvo al presente y mi cabeza da mil vueltas, mi corazón empieza a pararse. Estaba claro, mi hora había llegado. En momentos, mi cuerpo desaparecería y pasaría a ser polvo. Dicen que estamos hechos de polvo de estrella, pero seguro que yo estoy hecha con polvo de escombros. Con escombros nací y con escombros muero. El fuego llegará a mí y me comerá y no quedará nada. Nada. Quizás lo único que quedará en este mundo de mí, estará en la mente de las personas a las que les he importado de verdad, que son pocas. Mi madre estará orgullosa de mí. Sí lo estará, cuando pase un tiempo, cuando el dolor desaparezca. Pero el dolor no desaparece nunca, solo se esconde, para de nuevo aparecer en el momento menos indicado. Me estoy engañando. Nunca estará orgullosa de lo que he hecho. Mis ojos se cierran.

La ElegidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora