Capitulo 16- Cantar es como respirar

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Entramos al bar. Era divino. Era como una pequeña cabaña, sus paredes eran de troncos gruesos de madera. Las luces bajas y las velas ayudaban a crear un cálido ambiente. Miro a un costado y estaba la parrilla rodeada de chefs, miro a otra esquina y estaba el pequeño escenario. Al guiar mi vista a dónde se encontraba la barra logré ver a Guillermo rodeado de dos chicas. Las dos mujeres se encontraban muy bien vestidas y con costosos accesorios. Los vestidos estaban tan fajados que sus bustos resaltaban. No miento, verlas casi encima de él me provocaba celos. Ellas eran dos chicas de su edad, bien vestidas y con buen cuerpo, y… yo una simple nenita vestida con ropa holgada que no marcaban mis pocas curvas. Definitivamente, él no se iba a fijar en mí.

-¡Mecha! Pudieron venir. – al verlo venir hacia mí, dejando a aquellas chicas de lado me hizo sentir triunfadora. Pero, al ver sus miradas clavadas en mi, mirándome de arriba a abajo sin parar, me hacían sentir mal, me hacían sentir mal vestida, desprolija. Desde que mamá falleció no me compraba ropa nueva, usar la ropa de cuando era chica me era vergonzoso, pero no podía pedirle a papá dinero para ir de compras, lo menos que quería era preocuparlo y gastar dinero en cosas insignificantes. -¿Y, les gusta el lugar? – preguntó luego de saludarme ya que no emití palabra.

-Si nos encanta- respondió la abuela, despertándome.

-Me alegro mucho, porque trabajamos duro con el dueño para que saliera este negocio. Un bar dónde una noche por semana hayan presentaciones musicales; para alentar y promover nuevos talentos, y las otras noches hay karaoke para descubrir nuevas voces. – nos contó entusiasmado mientras me miraba fijamente a los ojos. Esa mirada me hacía sentir que él intentaba decirme algo.

-Probando, probando. Uno, dos, tres. ¿Se escucha? – nos interrumpió una voz que provenía de los parlantes. Era un joven de barba, aspecto desprolijo probando el sonido del micrófono. –Al segundo  voces animadas y entusiasmadas le respondieron que si se escuchaba.

Guillermo nos hizo un gesto guiándonos a nuestra mesa. Era una mesa redonda enorme, ubicada en el medio del salón. Apenas nos sentamos un mozo se nos acercó –Él es Agustín, él los servirá hoy. El mejor mozo, se los aseguro – Guillermo nos guiñó el ojo y marchó al escenario.

-Buenas noches. Quería decirles que el plato especial de hoy es salmón al ajillo.

Abuela como buena amante a los mariscos y todo alimento que tenga que ver con el mar respondió entusiasmada – Un plato para mí.

-Somos dos – añadió papá.

-Tres – añadió el abuelo.

Asintiendo mientras anotaba en su libreta le preguntó a los chiquitos – ¿Y ustedes que van a pedir?

Respondieron la clásica –Hamburguesa con papa fritas.

-¿Y usted señorita? – me preguntó burlonamente. Quería pedir lo mismo que mis hermanos, pero al mismo tiempo quería parecer madura. Pescado definitivamente no iba a pedir porque lo odiaba. ¿Qué pido? Me preguntaba.

-Sorrentinos con salsa caruso. Gracias. – respondí.

Luego de pedir las bebidas, repitió los platos para estar seguro de que anotó bien y marchó a la cocina.

Mientras esperábamos a la comida, disimuladamente buscaba a Guillermo con mis ojos. No lo encontraba en ninguna parte.

-Ejem - Tata se hizo la que tocía. La mire preocupada, quizá se había atragantado con pan.  La muy sin vergüenza, me miro, rió y se me acercó al oído – Tranqui, está detrás del escenario. Disimula, porque te vas a quedar ciega.

Avergonzada me ruborice, y mi reacción fue agarrar un pan, partirlo en dos y meterme un enorme pedazo en la boca. No sabía que decir. Lo masticaba lentamente, mirando a mi plato vacío, intentando esconder mis rojos cachetes. La abuela seguía riendo, mientras los demás seguían en la suya. Por suerte nadie se había dado cuenta.

Peligrosa atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora