Capitulo 8- Primer día

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-Mecha, a despertarse. – Me dijo silenciosamente mientras me acariciaba la espalda.

No quería despegar los ojos. Papá me había despertado de tan lindo sueño, aquel momento que pareció tan vivo se desvaneció en pocos segundos cuando abrí mis ojos. Cómo desearía que la vida real sea cómo los sueños, ahora me encontraba en ella,  y no es muy agradable: debía enfrentar el primer día de clase en un colegio nuevo. Pensar eso hacía que mi cama sea cómo una imán, no quería despegarme de ella. Quería seguir durmiendo y soñando. No me gustaba la idea de que quizá no sea aceptada en esa escuela.

-Mecha, es tu primer día, más vale que llegues temprano. Bajá a tomar el desayuno. – me dijo con una tierna sonrisa dibujada en su rostro, mientras se marchaba.

Al escuchar “primer día” me debilitaba aún más. Agarré bruscamente mi almohada y me la coloque sobre mi cara intentando crear un momento de paz. Un momento para pensar. Pero cómo siempre, este momento fue interrumpido por mi diabólico hermanito Matías. Se tiró violentamente sobre mí mientras reía a carcajadas.

-¿Mecha? ¿Dónde estás? – preguntaba sin parar de reír.

-¡Aquí estoy! – le respondí con una voz grave intentándolo asustar mientras retiraba bruscamente la almohada de mi rostro. Matías saltó del susto y luego largó una gran carcajada. – ¡Mecha, me asustaste! – dijo riéndose mientras me abrazaba fuertemente. Lo abracé mientras le acariciaba su corto cabello.

Al mirar la hora no podía creer que tarde se había hecho. Debía correr. –Mati, baja a tomar el desayuno – le pedí amablemente pero no me hizo caso – Noo, quiero quedarme acá contigo. – me respondió con una mirada dulce. Yo también prefería quedarme acá con el hiperactivo de mi hermanito que ir a un colegio nuevo, pero no podía faltar a mi primer día de clases.

-Mati, baja porque si no ya sabes que va a pasar. ¡Te hago cosquillas! – Matías salió corriendo hacia abajo mientras gritaba y reía.

Era fácil ahuyentar a Matías, su gran temor son las cosquillas, no las tolera. Así que ahora me encontraba sola. Me paré y contemplé el uniforme que estaba sobre la silla. Me lo puse y me dirigí al espejo. No podía verme con otro uniforme. Era tan extraño. No podía creer que ahora extrañaba mi antiguo uniforme que tanto odie. Estar con el nuevo me hacía pensar en lo mucho que extrañaba a mis amigas.  Me quedé un rato mirándome al espejo de pies a cabeza. Después de haberlo examinado tanto, concluí que no era feo. En comparación con mi antiguo uniforme este era muy lindo. La camisa entallada blanca marcaba mis curvas. La corbata era de color bordó al igual que el saco de algodón que tenía el escudo del colegio sobre el bolsillo. La pollera un gris oscuro al igual que las medias. Y mocasines de cuero marrón oscuro. En conclusión: no me desagradaba. Me hacía verme madura pero al mismo tiempo sexy.

Fui al baño, me cepillé mi despeinado cabello color café, me lavé la cara con agua helada para poder despertarme y marché hacia abajo en busca de comer algo.

Apenas entré a la cocina mi padre me dice boquiabierto:

-Mercedes, no tengo palabras. Te ves hermosa. Esto sí es un buen uniforme. – iba a agradecerle pero mi padre me interrumpió – Aunque… la pollera es un poco corta de más. Hazme acordar de mandarla a alargarla – nunca faltaban esos típicos comentarios  de mi sobreprotector padre.

-Papá no empecemos con el mismo problema de siempre. Estoy apurada – le contesté mientras me despedía con un tierno beso en la mejilla. Agarré rápidamente una manzana para comerla en el camino, y me dirigí hacia la entrada. Agarré mi mochila color verde militar que se encontraba colgada sobre un perchero y bruscamente abrí la puerta de entrada chocándome con un chico.

-¡Uy disculpa! Estaba a punto de tocar el timbre pero me ganaste abriendo la puerta antes – me dijo con una amistosa sonrisa. Lo miré y noté que era el chico de la otra vez, el chico de las “rastas”. – ¿Lino verdad? – le pregunté.

Peligrosa atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora