Capitulo 5- Su mirada

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No podía creer lo que estaba viendo.

-¿Esta es tu casa?

-Si ¿te gusta?

-¿Es joda esa pregunta? Obvio que me gusta. Me encanta.

Yo no podía creer lo que estaba viendo. Era una cabaña de madera y roca, con un toque de estilo moderno. Tenía a unos pocos metros un enorme lago. Alrededor llenito de árboles altos. Este paisaje fue creado para ser pintado en una pintura. Era el sueño de cualquiera.

-¿Vives con tu familia?

-No, vivo solo.

-¿Eh? Esta casa es bastante grande para una persona sola. ¿Porque tu familia no viene a vivir a esta casa? Es impresionante.

-Un día te explico, es demasiado largo. Solamente te lo resumo en pocas palabras: tuve una seria pelea con mi familia y decidí irme de casa.

Wow, lo decía cómo si nada. Muy tranquilo. Este chico es medio extraño o me estaba ocultando algo, ya que rápidamente me cambió de tema:

-¿Entramos?

Emocionada corrí a la casa, ya quería ver su interior. Al entrar no paraba de observar cada rincón de la casa.

-¿De qué trabajas? ¿Eres profesor de piano?

Él se rió a carcajadas y me respondió. No jaja, ¿por qué?

-Ah ya me parecía, debes de tener un muy buen trabajo para vivir solo en esta casa.

-Aunque no lo creas, estoy desempleado. Solía trabajar para la empresa de mi padre, pero como te había contado: me pelee con él y decidí renunciar. Solía ayudar con los diseños gráficos.

Cada vez me parecía más raro. No comprendía cómo una familia logra separarse por solo una pelea, debe de haber sido seria. Me moría de la intriga por saber que pasó en realidad, pero no quería ser inoportuna por lo tanto le cambié de tema.

-¿Y si tocamos? Ayer no pude tocar mucho porque a alguien le sonó el celular y me interrumpió. Le tiré una directa intentando de molestarlo.

-Ah, con que seguís de viva. Mira que si quiero no te ayudo a practicar.

-Ay pobre de mí, que horrible, no voy a poder tocar sin ti. – Le respondí riéndome.

-Yo no puedo creer que una niña como tú le falte el respeto a alguien como yo.

-¿Perdón? ¿Me llamaste niña?

-Sí, niña- me lo repitió burlándose.

-Por tu información tengo 16 años, no soy ninguna nenita, soy una adolecente y estoy orgullosa de eso. Además no nos llevamos tanta diferencia ¿o sí?

- Bastantes años nos llevamos. Tengo 22 y tú apenas 16, sos un bebé.

Me crucé de brazos haciéndome la ofendida.

-Jajaja, estaba bromeando. Deja de hacerte la víctima y decime que quieres comer.

-¿Qué quiero comer?

-Sí, oíste bien, me estoy muriendo de hambre, voy a buscar algo para comer ¿quieres algo?

Me daba vergüenza decirle que sí. No había desayunado y ya eran 11:50. Le respondí que no quería pero mi rostro me delató.

-No me digas que no quieres comer, para quedar bien.  Nos vamos a ver todos los días durante todo un mes, tienes que perder la vergüenza. Si no me dices te traigo cualquier cosa.

-Bueno si tanto insistís, quiero: pan con manteca, un plato de yogurt con cereales, un jugo de naranja y un pedazo de torta. –le respondí sarcásticamente.

-Esa es una buena respuesta- se rió. –Todas las chicas suelen pedir solamente un vaso de agua, pero se sabe perfectamente que quieren mucho más que solo agua. Esa cosa de que todas dicen “hay estoy gorda” y las dietas, son solo para llamar la atención. Saben que no son gordas, que aprovechen a comer mucho. Que tiene de malo comer ¿no?

Me reí y le respondí – Mira que era broma, no quiero todo eso, no me entra tanta comida en mi estómago.

-Dale no mientas- me respondió mientras entraba a la cocina.

Desapareció y no sabía qué hacer. O ir a la cocina y ayudarlo, o quedarme esperando en la sala de estar. ¿Qué hago? Decidí quedarme. Comencé a caminar y husmear un poquito. Tenía una biblioteca enorme llena de libros, y álbumes de fotos. Quería ver las fotos, pero eso sería invasión de espacio personal me dije a mi misma. En el medio de la sala había una estufa de leña hecha de piedra, era enorme. Al costado de la sala había un ventanal enorme que daba vista al lago. Y al lado de dicho ventanal se encontraba el piano. Se veía desde lejos que aquel piano era más que costoso.

Seguí recorriendo, tomé asiento en los sillones de cueros que parecían ser muy cómodos, a esperar que Guillermo saliera de la cocina. Esperé dos minutos sentada, pero el aburrimiento me consumía. No podía estar sentada sin hacer nada. Así que decidí ir a ver qué estaba haciendo, quería saber por qué demoraba tanto. Al entrar a la cocina lo veo cocinando:

-¿Qué haces?

-Arruinaste la sorpresa. Quería prepararte todo lo que me pediste, ya tenía todo pronto, pero me faltaba la torta.

Miré al costado y había una bandeja con el jugo de naranja, el yogurt, la caja de cereales, el pan y la manteca.  No podía creer lo que estaba haciendo, al ver todo preparado me hacía ver lo lindo y tierno que era.

-Lo decía en chiste, no tenías que prepararme todo esto. Con solo una cosa ya daba.

-Quería hacerte una sorpresa- me respondió mientras seguía batiendo la harina con los huevos.

-Bueno, ahora que ya empezaste a cocinar, te ayudo.

Me acerqué a él, agarré un cucharón y le dije – déjame que te ayudo, lo estás haciendo mal.

-Haber muéstrame, porque le verdad que la cocina no es lo mío jaja- se rió. Se apartó y dejó que yo siguiera cocinando. Se apoyó contra el mármol y miraba cómo revolvía. De repente noto que su mirada había subido, me estaba mirando. Que incómodo. No me dejaba de mirar con una tierna sonrisa en su cara. Al tiempo me empecé a poner nerviosa y le pregunté qué ocurría.

-Tienes harina por toda la cara- me respondió mientras iba en busca de papel. Me fui a sacar la harina con mis manos pero él me frenó. Me agarró de la muñeca y me dijo.

-Deja que yo te saque la harina, tienes harina en las manos, si te tocas con las manos sucias en vez de limpiarte te vas a ensuciar aún más. – me dijo cariñosamente.  Se puso enfrente de mí, nuestros cuerpos se encontraban muy pegados ya que la cocina no era muy grande. Posicionó su mano en mi mentón, sosteniendo mi cara hacia arriba dejándolo ver dónde había harina en mi cara para poder sacármela.

-Cierra los ojos, tienes harina hasta en las pestañas. – Me sentía como en casa, como si a Guillermo lo conociera desde hace años, él era tan bueno conmigo.  –Ya los puedes abrir.- Nuestras miradas chocaron. Nos quedamos mirando por un rato. Esa mirada me estaba volviendo loca. Esos labios me hacían querer besarlos. ¿Qué me estaba pasando? Nunca me había pasado eso. Nunca había sentido nada como esto. Veía que nuestros cuerpos se acercaban más hasta que:

-Ring, ring. – El timbre sonó.

Peligrosa atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora