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Estaba en aquella cafetería por tercer día consecutivo, bebiendo su tercera taza de té. Había intentado beber un poco de café pero fue inútil, no consiguió llegar a la mitad de la taza antes de descartarlo y buscar su bebida predilecta. Ahora bien, Flemont se había convertido en su "base de operaciones" y había estado yendo por esos tres días acompañado de su portátil. Se sentaba en una mesa junto a la ventana tecleando sin parar. Retomando aquel hobbie  que había abandonado tantos años atrás.

Escribir se sentía bastante relajante y ayudaba a que su congestionada mente tuviera un poco de descanso. Además de que había algo sobre poner su imaginación en marcha que le daba una sensación de familiaridad y emoción. Se sentía como si cada vez que abría el documento de Word en el que había estado trabajando, estuviera enfrascándose en un viaje. Quizá era porque después de pensarlo mucho se decidió a escribir una historia de fantasía. Era un género que siempre había llamado su atención. Mundos épicos y mágicos, batallas colosales entre el bien y él mal, todo girando en torno a protagonistas que encontraban su razón de ser en los momentos más trágicos y complicados de sus vida.

Era divertido y atractivo quizá porque la vida real estaba bastante jodida, porque normalmente en la vida no podía controlar lo que sucedía y la ficción era tan maleable que resultaba embriagadora. Fuera como fuera, Matthew estaba feliz de haber tomado esa decisión. De poder poner su vida en pausa y por una vez, hacer eso que su corazón le pedía que hiciera.

Pero si era sincero consigo mismo, aquel lapsus de autodescubrimiento pudo haberlo tenido en su apartamento. Aquel que era condenadamente amplio, con techos altos, pisos de madera de cerezo, ventanales luminosos y periféricos en su estudio... y sin embargo prefería mil veces estar en aquella cafetería, junto a una ventana en donde podía ver a las personas pasar, en donde podía ver a Nueva York latir. Igual pudo haber elegido cualquier otra cafetería de la innumerable cantidad que había en toda la ciudad, el asunto es que en el fondo, aunque sabía que probablemente era un deseo inútil, esperaba encontrarse de nuevo con Eros Valentine.

Suspiró en el borde de su taza de té. Matthew no se consideraba de enamoramiento fácil, pero con Eros le sucedían cosas extrañas. No sabía si era por esos ojos que lo hacían sentir tan reconfortado, por la belleza de su anatomía (aunque no se consideraba alguien superficial) o si era la manera tan suave y gentil con la que lo había tratado. No sabía qué, pero Eros definitivamente tenía algo que lo hacía pensar en él constantemente.

En un deseo casi infantil esperaba que las puertas de la cafetería se abrieran y Eros entrara con ese andar tan sexy y magnético. O esperaba que en algún momento, girara su vista hacia la ventana y pudiera verlo.

Pero entonces recordaba que tenía su número de teléfono y se sentía cobarde por no atreverse a llamarlo. Pero es que...¡argh! ¿Qué se supone que iba a decirle? Además de que Eros le dió ese número específicamente por si cambiaba de opinión y decidía aceptar su ayuda para conseguir un novio. Probablemente debió sentirse ofendido ante la oferta, porque era capaz de conseguir un novio si así lo quería (al menos podía intentarlo). Pero más que nada se sintió decepcionado y no sabía por qué. No es que esperara a que un hombre que exudaba confianza como Eros Valentine llegara y le dijera "hey, me gustas. ¿Quieres ser mi novio?". Eso no pasaba en la vida real, solo en las películas y en los libros...

Hey, he ahí una razón más para amar la ficción. Si su vida fuera un libro, ya estaría viviendo su propio amor épico con Eros. del tipo "felices para siempre".

Suspiró un poco desilusionado. Y decidió volver a la historia que tenía entre manos. De momento solo estaba escribiendo un borrador, con todas las ideas que bombardeban su mente. Ya tenía un protagonista que de cierto modo lo reflejaba a él mismo. Un chico tímido, medio nerd, con problemas de confiaza pero con unas grandes ganas de vivir. Por supuesto, tenía a su mejor amigo, un labrador de dos años llamado Chester con el que compartiría muchas aventuras, ambos siendo transportados a un mundo mágico gracias a un místico libro perdido que al parecer cada criatura mágica en aquel mundo quería poseer.

El Turno de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora