Las manos de aquel hombre recorrían la figura femenina y es que la suavidad de su cuerpo hipnotizaba a cualquiera, su piel como el pétalo de una flor, fresca como el pasto con roció enloquecerían a cualquiera que la tocara, pero ella solo quería que aquellas manos fuertes la tocaran, que la hicieran suspirar, le encantaba la aspereza de sus manos, las pecas de sus hombros, su olor masculino que quedaba impregnado en su piel después de entregarse a él. Zara sabía que él era quien iba a sacarla de su infierno. Dylan sabía que ella sería su perdición.