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Juliana estaba sentada junto a la mesa de la cocina y observaba malhumorada a David mientras este preparaba unas tostadas con mantequilla.

—¿Por qué estás de tan mal humor? Aunque tampoco es que hayas estado de un humor para tirar cohetes desde ayer. ¿Sigues sin encontrarte bien? —preguntó David, refiriéndose a que el día anterior había vuelto a casa directamente después de clase, en lugar de pasarse por el departamento de la rubia para pintar.

—No, estoy bien —respondió Juliana con una sonrisa tranquilizadora que no convenció a su amigo.

Al principio, se había sentido perpleja e indignada por lo que Valentina le había dicho "y hecho" en la sala de esgrima hacía ya dos días, pero luego había empezado a preocuparse. ¿Lo ocurrido ponía en peligro el encargo? ¿Su falta de «experiencia» la convertía en alguien menos valioso para Valentina y, por tanto, prescindible? ¿Qué pasaría si Valentina cancelaba el acuerdo y ella no encontraba la manera de pagarse las clases? Al fin y al cabo, no era la típica trabajadora de Empresas Carvajal. No tenía contrato, solo su mecenazgo. Y Valentina tenía fama de tirana...
Se sentía tan confusa y nerviosa por la forma en que el beso podía haber alterado su posición con respecto a Valentina que no había reunido el valor para volver a pintar al día siguiente.
David le puso un par de tostadas en el plato y empujó el tarro de la mermelada por encima de la mesa.

—Gracias —murmuró Juliana, levantando el cuchillo con apatía.

—Come —le ordenó David— Hará que te sientas mejor.

David era algo así como una combinación de hermano mayor, amigo y madre protectora. Era cinco años mayor que ellos y se habían conocido tras su regreso a la ciudad para estudiar un máster en dirección de empresas. Allí había coincidido con Antonio y Cesar, que estudiaban el mismo máster que él, y se había unido a su grupo de amigos, entre los que estaba Juliana. Era historiador del arte y había vuelto a la universidad para conseguir las herramientas necesarias con las que convertir su galería en una cadena, y por ello Juliana y él habían hecho migas de inmediato.

Después de que Antonio, Cesar y David recibieran sus graduados, y Juliana su título de bachillerato, David les había ofrecido casa a los tres en la ciudad. El piso de cinco habitaciones y cuatro cuartos de baño que había heredado de sus padres era demasiado grande para él solo. Además, Juliana sabía que a David le vendría bien la compañía. Su amigo tenía tendencia a la tristeza y estaba convencida de que tenerlos a los tres alrededor le ayudaría a mitigarla. Los padres de David lo habían rechazado cuando les confesó, siendo aún un adolescente, que era gay. Con el tiempo la situación había ido mejorando. Cuando tres años atrás sus padres murieron en un extraño accidente de navegación frente a las costas de México, la reconciliación era casi total, algo que David agradecía y que al mismo tiempo le entristecía.

David anhelaba iniciar una relación, pero tenía tan mala suerte en los temas amorosos como Juliana. Se hacían confidencias el uno al otro, definiendo entre las muchas citas cual resultaba más amarga, desafortunada y decepcionante.
Los cuatro compañeros de piso eran amigos, pero Juliana y David se parecían más en aficiones y temperamento, mientras que a Antonio y a Cesar los unían las típicas obsesiones de los hombres heteros y solteros de veintitantos: una carrera lucrativa, pasárselo bien y tener sexo a menudo con mujeres guapas.

—¿Era Carvajal la que ha llamado? —preguntó David, desviando la mirada intencionadamente hacia el teléfono que descansaba sobre la mesa. Mierda. Se había dado cuenta de que la llamada que acababa de recibir le había afectado.

—No.

David le dedicó una mirada irónica como diciéndole «suéltalo ahora mismo», y ella suspiró.
Juliana no había contado lo sucedido en el gimnasio ni a Cesar ni a Antonio, que, como los hombres brillantes y jóvenes que eran, con sus trabajos en importantes empresas dedicadas a la inversión bancaria, no dejaban de atosigarla con preguntas sobre Valentina Carvajal. No podía explicarles que la diosa a la que tanto idolatraban la había sujetado contra la pared para besarla y acariciarle el cuerpo hasta que las piernas apenas eran capaces de aguantar su propio peso. Tampoco se lo había contado a David, lo cual era un signo inequívoco de hasta qué punto la había superado toda aquella situación.

—Era Viviana Serna, la ayudante personal de Valentina. —admitió Juliana antes de pegarle un mordisco a la tostada.

—¿Y?

Masticó lentamente y tragó.

—Me ha llamado para decirme que Valentina ha decidido formalizar un contrato para la pintura. Me va a pagar por adelantado. Dice que los términos del contrato son bastante generosos y que en ningún caso Carvajal podría echarse atrás y retirarme el encargo. Aunque no lo acabe, no me pedirá que le devuelva el dinero.

David la miró boquiabierto y se le dobló la tostada que tenía entre los dedos. Con su pelo castaño oscuro cayéndole sobre la frente y la palidez típica de primera hora de la mañana, aparentaba dieciocho en lugar de los veintiocho que en realidad tenía.

—Entonces, ¿por qué te comportas como si te hubiera llamado para hablarte de un entierro? ¿No son buenas noticias saber que Carvajal te asegura que cobrarás pase lo que pase?

Juliana dejó la tostada en el plato. Se había quedado sin apetito desde el momento en que había comprendido lo que Viviana le decía con voz cálida y profesional.

—Necesita tener a todo el mundo bajo el pulgar de su mano —se quejó con amargura.

—¿De qué estás hablando? Si el contrato es tal y como dice su asistente, Valentina te está dando carta blanca. Ni siquiera tienes que dar la cara para cobrar.

Juliana llevó su plato al fregadero.

—Exacto —murmuró, abriendo el grifo del agua—. Y Valentina Carvajal sabe perfectamente que, haciéndome esa oferta, se garantiza que dé la cara y termine el proyecto.

David echó la silla hacia atrás para poder mirarla.

—Creo que no te entiendo. ¿Me estás diciendo que te has planteado seriamente no terminar el cuadro?

Mientras consideraba cómo responder, Antonio apareció en la cocina con unos pantalones de chándal y su dorado torso al descubierto, brillando bajo los rayos del sol. Sus hermosos ojos de color verdes estaban hinchados por la falta de sueño.

—Café, pero ya —murmuró con la voz ronca, abriendo un armario en busca de una taza.
Juliana le dedicó una mirada suplicante a David, con la esperanza de que comprendiera que no le apetecía seguir hablando del tema.

—¿Qué, Cesar y tú volvisteis a cerrar el McGill's ayer por la noche? —le preguntó a Antonio irónicamente, refiriéndose a su bar favorito del barrio, y le pasó la leche.

—No. A la una ya estábamos en casa. Pero ¿a qué no sabes quién toca en el McGill's este sábado por la noche? —le preguntó a Juliana, cogiendo la jarra de leche que le ofrecía—. La Round Around Band. Podríamos ir todos. Y luego noche de póquer.

—Creo que paso. El lunes tengo que entregar un proyecto importante y no soy una experta en eso de irme a dormir tarde y levantarme temprano como Cesar y tú —dijo Juliana mientras se dirigía hacia la puerta.

—Venga. Será divertido. Hace tiempo que no salimos los cuatro juntos — intervino David, sorprendiéndola.

Al igual que ella, la tendencia a salir hasta tarde de David había disminuido considerablemente.
La mirada retadora de cejas arqueadas de su amigo quería decir en realidad que una noche de juerga la ayudaría a olvidarse de eso que tanto le preocupaba.

—Me lo pensaré —dijo Juliana antes de salir de la cocina.

Pero no lo hizo. Tenía la cabeza ocupada en pensar qué le diría a Valentina Carvajal cuando se encontraran de nuevo.

Mine complètement - Juliantina TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora