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Valentina consiguió sacarse a Juliana de la cabeza durante diez días seguidos. Hizo un viaje de dos noches a Nueva York para ultimar la compra de un programa informático que le permitiría crear una nueva red que combinara aspectos más sociales con una revolucionaria aplicación para juegos. Luego voló a Londres, como todos los meses, para pasar unos días en el apartamento que tenía allí.

Una vez que regresó a la ciudad el trabajo y las reuniones se encargaron de mantenerla ocupada en su despacho hasta pasada la medianoche. Cuando llegaba a casa, se encontraba el apartamento a oscuras y en silencio.

En realidad, decir que había mantenido a Juliana Valdés alejada de sus pensamientos no era del todo cierto. Ni sincero, se dijo Valentina a modo de reprimenda mientras subía en el ascensor hacia su apartamento un miércoles por la tarde. El recuerdo de Juliana la asaltaba en los momentos más inesperados y se confundía con los detalles de cada día. La señora Silvina, el ama de llaves inglesa, ya mayor, le había ido contando algunos detalles mezclados con su cháchara habitual sobre cómo iban los proyectos semanales en la casa. Gracias a ella sabía que se llevaba bien con Juliana y que la invitaba de vez en cuando a tomar un té en la cocina. Se alegraba de que Juliana se sintiera cada vez más cómoda en su casa, aunque a continuación no podía evitar pensar que importaba muy poco si se sentía o no cómoda. Lo único que ella quería de la joven artista era el cuadro.

Un jueves por la tarde fue a su estudio con la intención de preguntarle si le apetecía tomar algo con ella en la cocina. La puerta estaba entreabierta. Entró sin llamar y durante unos segundos permaneció en silencio, observándola trabajar sin que ella se diera cuenta.
Estaba subida en una pequeña escalera, trabajando en la esquina superior derecha del lienzo completamente absorta. A pesar de que estaba bastante segura de no haber hecho ruido, Juliana se dio la vuelta de pronto y se quedó petrificada, mirándole con sus hermosos ojos negros muy abiertos y sin levantar el lápiz de la tela. Se le había escapado un mechón de pelo de la horquilla con la que lo sujetaba y tenía una mancha de carboncillo en la mejilla. Separó los labios, de un rosa oscuro, y la observó atónita. Ella se mostró educada y le preguntó por el avance de su trabajo, intentando ignorar por todos los medios la vena que le latía en el cuello o las formas redondeadas de sus pechos. Juliana se había quitado la chaqueta deportiva que se ponía para trabajar y llevaba una camiseta de tirantes ajustada. Tenía los pechos más grandes de lo que había imaginado y el contraste entre la cintura estrecha, y las piernas largas, se le antojó profundamente erótico.
Tras treinta segundos de conversación forzada, Valentina huyó como la cobarde que era.

Se dijo a sí misma que tanta atención concentrada en una sola mujer era completamente normal. Al fin y al cabo, la joven poseía una belleza espectacular y parecía ajena a su sexualidad, lo cual resultaba aún más fascinante. ¿Acaso había crecido escondida en una especie de agujero? ¿Cómo podía ser que a sus veintitrés años no supiera que con la perfección de una piel pálida como la suya, unos labios oscuros y generosos y un cuerpo delgado y ágil podía doblegar la voluntad del hombre más fuerte...o la mujer?

Valentina no conocía la respuesta a aquella pregunta, pero después de estudiar el tema detenidamente, podía afirmar que la ausencia de ego de Juliana no era fingida. Caminaba con el paso firme y decidido de un niña de quince años y decía toda clase de torpezas.

Solo cuando observaba embelesada las obras de arte en el apartamento, o cuando admiraba el paisaje a través de los ventanales, o mientras hacía los primeros esbozos aquel día sin darse cuenta de que Valentina la observaba en secreto, totalmente inmersa en su arte, su belleza salía a la superficie en todo su esplendor.

Y era la visión más adictiva e irresistible que jamás hubiera visto.

De vuelta al presente, Valentina se detuvo en el vestíbulo como si se hubiese estrellado contra una pared invisible. Juliana estaba allí. No se oía ni un solo ruido procedente de las profundidades de su residencia, pero de algún modo sabía que ella estaba trabajando en su estudio provisional. ¿Seguiría dibujando sobre aquel enorme lienzo? De pronto la imaginó al detalle, con su hermoso rostro tenso por la concentración y los ojos oscuros brillando. Cuando trabajaba, se transformaba en una juez sombría y formidable, y todos sus complejos desaparecían bajo el peso de un talento brillante y una gracia muy poco común que, al parecer, ni siquiera sabía que poseía.

Mine complètement - Juliantina TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora