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Valentina le desató las manos y luego la ayudó a liberarse de los arneses, aún afectada por el orgasmo y por una mezcla de emociones que no conseguía identificar.

Cuando los pies de Juliana tocaron el suelo, la levantó en brazos, disfrutando, con una mueca de placer, del tacto sedoso de la piel de ella contra la suya. Le pasó una mano bajo la barbilla para obligarla a levantar la cara y luego la besó, sin dejar de preguntarse cómo podía ser que sintiera un deseo tan violento y una ternura tan absoluta hacia ella, todo al mismo tiempo. ¿Había sido demasiado dura con ella?

Juliana era tan dulce, tan femenina, tan exquisita, pensó, mientras acariciaba las curvas de su cuerpo. Aquella mujer era todo un misterio, un misterio dulce y tormentoso al que no se podía resistir. Levantó la cabeza, la cogió de la mano y se dirigieron hacia el lavabo, cerrando la puerta de la habitación tras ellas.

Una vez allí, Valentina empujó la puerta de cristal de la ducha y abrió el grifo. Cuando el agua caliente alcanzó una temperatura agradable, se apartó a un lado y le hizo a Juliana un gesto con la cabeza para que se metiera, y luego la siguió, no sin antes cerrar la puerta de cristal. Juliana parecía haber percibido su humor un tanto taciturno, porque no dijo ni una sola palabra durante el tiempo que ella estuvo frotando su hermoso cuerpo de sirena. Aun así, Valentina podía sentir su mirada mientras deslizaba las manos por la piel satinada de Juliana.

El vapor se enredaba en sus dedos mientras la lavaba... la veneraba. Una pequeña parte de ella quería retirarse como lo había hecho en París. Sin embargo, la experiencia de aquella noche había derribado todas sus defensas y ya no era capaz de mantener la cordura ni de resistirse a ella. Se lavó a sí misma, sin tanto esmero pero también a conciencia, y cerró el grifo.

Después de secarse con una toalla, la cogió nuevamente de la mano y la llevó hasta su cama. Retiró la colcha, se dio la vuelta y le quitó el pasador del pelo, liberando la pesada melena de Juliana, que le cayó sobre los hombros y la espalda para que pudiera hundir los dedos en ella. La miró a los ojos, grandes y oscuros, y sintió que algo se contraía en su interior.

—Métete en la cama —murmuró.

Juliana se acostó de lado, mirando hacia ella, y Valentina hizo lo mismo, de modo que sus cuerpos se tocaban. Cogió la sábana y tiró de ella, cubriéndolas a las dos. Luego le acarició la línea de la cadera, mientras un silencio intenso y un tanto incómodo caía sobre la pareja. Ninguna de las dos dijo nada, aunque Valentina percibía la intensidad de la mirada de Juliana. Y entonces ella le acarició los labios con la punta de los dedos, Valentina cerró los ojos, intentando protegerse, sin éxito, de una marea de sentimientos no deseada pero imposible de contener.

No solía dejar que las mujeres la tocaran de aquella forma tan íntima, pero a Juliana se lo permitió. Sus dedos, ávidos y penetrantes, la atormentaron durante varios minutos, dibujando el contorno de su cara, del cuello, de los hombros, del pecho y del estómago. Le arañó suavemente un pezón y Valentina lanzó un gemido de placer. Cuando metió la mano en su entrepierna, Carvajal le sostuvo la mirada. Sus caricias eran muy delicadas. ¿Por qué cuando empezó a mover la mano en su interior, ella se sintió como si le arrancaran el vendaje de una profunda herida interna? Un momento después se colocó encima de ella.

Después de hacerle el amor por segunda vez, Valentina la abrazó y hablaron como amantes, o al menos así creía ella que hablaban los amantes, teniendo en cuenta que desconocía por completo el tema. Para Juliana fue una experiencia embriagadora, oír hablar de su infancia, de su abuelo. Le hubiese gustado preguntarle sobre la época en la que había vivido con su madre en el norte de Francia—sin duda, una experiencia opuesta al lujo y a los privilegios de la nieta de un conde—, pero no consiguió reunir el valor suficiente.

Mine complètement - Juliantina TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora