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Desgraciadamente, cuando aquella tarde se presentó en el departamento, Valentina no estaba. Tampoco esperaba que estuviera. No solía pasar mucho tiempo en casa. Sin saber qué hacer con respecto al beso y al encargo —por no hablar de su futuro al completo—, entró en la habitación que estaba usando como estudio.

En cuestión de cinco minutos estaba pintando febrilmente. Valentina Carvajal no había tomado la decisión; ni siquiera lo había hecho la propia Juliana. Había sido el cuadro. Se había filtrado en su sangre. Tenía que acabarlo allí mismo.

Trabajó absorta durante horas y no empezó a despertar del trance hasta que el sol comenzó a desaparecer tras los rascacielos.
La señora Silvina estaba mezclando algo en un cuenco cuando Juliana entró en la cocina en busca de un vaso con agua. La cocina de Valentina parecía salida de una mansión inglesa: enorme, con todos los accesorios imaginables, pero aun así cómoda y agradable. Le gustaba sentarse allí y hablar con la señora Silvina.

—¡Está tan callada que ni siquiera me había dado cuenta de que está aquí! — exclamó el ama de llaves, siempre tan simpática.

—Estaba concentrada en el trabajo —dijo Juliana mientras tiraba del asa de la enorme nevera de acero inoxidable.

La señora había insistido desde el primer día en que se sirviera como si estuviera en casa. La primera vez que había abierto la nevera, Juliana se había sorprendido al descubrir un estante entero lleno de botellas de agua con gas junto a un plato de porcelana con trozos de lima recién cortada y cubiertos por un plástico. «La señora Valentina me dijo que su bebida favorita es el agua con gas y una rodaja de lima. Espero que esta marca le parezca bien», le había dicho la señora aquel día ante su exclamación de sorpresa.

Ahora, cada vez que abría la nevera, Juliana sentía la misma sensación cálida de la primera vez, cuando había descubierto que Valentina recordaba su bebida favorita y además se había asegurado de que siempre hubiera en su casa mientras ella trabajaba.

«Penoso», se reprendió a sí misma mientras cogía una botella de la nevera.

—¿Le apetece cenar? —preguntó la señora Silvina—La señora esperará a más tarde, pero podría prepararle algo en un momento.

—No, no tengo hambre. Gracias de todos modos. —Vaciló un instante, pero luego preguntó—: Entonces, ¿Valentina está en la ciudad? ¿Vendrá más tarde?

—Sí, eso dijo esta mañana. Normalmente cena a las ocho y media en punto, se lo prepare yo o coma en la oficina. A la señora Valentina le gusta seguir una rutina. Es así desde que era una niña. —La señora levantó la mirada—. ¿Por qué no se sienta y me hace compañía un rato? Está pálida. Trabaja demasiado. Tengo agua en el fuego. Prepararé un par de tazas de té.

—De acuerdo —contestó Juliana y se sentó en uno de los taburetes que había junto a la isla central.

De pronto se sintió débil, exhausta ahora que la adrenalina creativa empezaba a desvanecerse. Además, llevaba un par de noches sin dormir bien.

—¿Cómo era ella de pequeña? —preguntó, incapaz de contenerse.

—Ah, nunca he visto un alma tan vieja en los ojos de una niña tan pequeña — respondió la señora con una sonrisa triste—. Seria. Inquietantemente lista. Un poco tímida. Cuando se acostumbraba a ti, dulce y leal como el que más.

Juliana intentó imaginar a Valentina como la niña tímida y un tanto sombría de pelo rubio que había sido, y se le encogió el corazón ante la imagen que le devolvía su cerebro.

—No tiene buena cara —le dijo el ama de llaves mientras se movía de un lado a otro, llenando dos tazas de agua caliente y preparando algo de picar en un servicio de plata: dos bollos, una exquisita cuchara de plata con su cuchillo, dos servilletas de tela blanca recién planchadas, nata montada y mermelada servida en un precioso cuenco de porcelana. En casa de Valentina Carvajal nada se hacía de cualquier manera, ni siquiera para una conversación informal en la cocina—. ¿El cuadro va bien?

Mine complètement - Juliantina TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora