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Durante unos segundos, Juliana se limitó a mirarla fijamente. El latido de su corazón resonaba en sus oídos, y quizá ella se dio cuenta de su estado de estupefacción porque alzó la vista con expresión serena, expectante.

—Te puedes cubrir con la manta mientras duermes.

—Entonces, ¿por qué quieres que me quite la ropa, si de todas formas voy a estar tapada? — le espetó ella confundida.

—Me gusta saber que estás esperándome.

Un calor líquido y espeso se concentró entre las piernas de Juliana. Ay, Dios. Al parecer, sexualmente hablando era casi tan depravada como Valentina, o al menos eso parecía por la forma en que su cuerpo había reaccionado.

Se puso en pie y, lentamente y con gesto tembloroso, empezó a desnudarse.

***

Valentina apretó la tecla de «Enviar» en el ordenador; acababa de enviar un memorándum detallado a todo su equipo. Por milésima vez en los últimos quince minutos, desvió la mirada hacia el contorno de la forma femenina que se acurrucaba bajo una manta frente a ella.

El movimiento leve y regular de la manta le indicó que Juliana aún seguía descansando. Se había dado cuenta, en cuestión de segundos, del momento preciso en el que al fin había sucumbido al sueño, hacía ya cinco horas, tal era la atención que le prestaba. Si tenía problemas para concentrarse —si sufría—, la culpa era solo suya. Ella le había insistido para que se quitara la ropa. Ella se había sentado justo enfrente para mirarla hipnotizada, mientras se quitaba una prenda tras otra, al tiempo que se le secaba la boca y su entrepierna se humedecía.

Cada vez que recordaba la escena, el corazón le latía con una fuerza desmesurada, la mirada esquiva y sus mejillas sonrosadas; su melena, larga y espectacular, meciéndose junto a su estrecha cintura; los pechos, desnudos y orgullosos, y los gruesos pezones; las piernas, que podrían arrancarle las lágrimas a cualquier persona de lo largas, moldeadas y firmes que eran; y lo peor de todo, el remolino cobrizo de aspecto suave que asomaba entre sus piernas, suficientemente escaso para permitirle vislumbrar unos labios mullidos y generosos.

Valentina no conseguía quitarse aquella visión de la cabeza, por lo que llevaba cinco horas seguidas manteniéndose a mil.
No ponerle un dedo encima hasta la noche iba a ser un infierno, pero se había prometido a sí misma que se aseguraría de que aquella experiencia fuera realmente especial para Juliana. La tortura sería aún mayor si la tocaba, pero no pudiera poseerla. Se quitó las gafas y se levantó de la butaca.

Sería una tortura deliciosa, y ella estaba acostumbrada a sufrir.
Se sentó en la butaca que había junto a ella. Juliana estaba acostada de lado, mirando hacia la rubia con una expresión de paz y tranquilidad en el rostro. Tenía los labios un tono más oscuro de su rosa habitual ¿Cabía la posibilidad de que estuviera excitada en sueños?

Cogió un extremo de la manta que descansaba sobre el hombro de Juliana, y la fue bajando lentamente hasta la altura de las rodillas, torturándose a medida que el esplendor de su cuerpo fue quedando al descubierto, centímetro a centímetro. No pudo reprimir una sonrisa al ver que, efectivamente, tenía los pezones endurecidos.
¿Con qué clase de aventuras eróticas soñaba alguien tan inocente como Juliana? Su mirada se detuvo sobre la discreta mata de vello negro que nacía en la confluencia de los muslos.

¿Ese brillo que acababa de ver era humedad? Se lo estaba imaginando... proyectando sus anhelos más secretos después de pasarse horas excitada. Extendió la mano sobre la suave superficie del vientre de Juliana. Le había contado que de pequeña era obesa, pero ella no veía ninguna señal que lo demostrara. Tenía la piel inmaculada. Adelgazar tan joven sin duda la había librado de acabar con una buena colección de estrías.

Mine complètement - Juliantina TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora