Capítulo I: Frente a frente.

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La noche estrellada era clara y fresca. Una brisa suave sopló y meció las hojas de los árboles, provocando que la bella mujer se abrazara a sí misma al sentir un ligero estremecimiento ya que la bata de dormir no la protegía mucho del viento. Era casi medianoche y ella se encontraba de pie en el balcón afuera de su habitación mirando el cielo despejado, cosa que no hacía desde hacía bastante tiempo... Tanto, que ya ni siquiera era capaz de recordar cuándo había sido la última vez ¿Cuánto tiempo hacía que no se permitía mirar el cielo nocturno con calma?

-Victoria ¿Qué haces ahí afuera?

Victoria suspiró al escuchar la voz de su marido y dio media vuelta para encontrarlo de pie en medio de la habitación con gesto cansado y el traje arrugado por la jornada laboral.

-Enrique... -curvó sus labios y se acercó a él para darle la bienvenida con un suave beso en los labios, aunque breve-. ¿Cómo estuvo tu reunión?

Él inhaló aire profundamente casi con molestia, se separó de ella y se llevó una mano hacia su corbata para comenzar a desanudarla.

-Todo se complicó -respondió con sequedad-. Pero estoy seguro de que todo se va a solucionar.

Victoria sintió con comprensión.

-¿Quieres que te caliente la cena? -preguntó acercándose a él y ayudándolo a quitarse el saco.

Él negó con la cabeza y comenzó a desabotonarse la camisa arrugada.

-Cené algo en la oficina, pero gracias -declinó la oferta de su esposa-. Mejor tomaré una ducha.

Victoria asintió y lo vio dirigirse al cuarto de baño. Enrique era un abogado muy importante, uno de los mejores en el país, y tenía su propio bufete: Abogados Mendoza Prieto. Así que no era extraño que estuviese siempre tan ocupado con su trabajo y que llegase ocasionalmente tarde a casa, pero a veces Victoria sentía que Enrique trabajaba demasiado... Especialmente en las últimas semanas. Ella sabía que su marido estaba enfocado en una nueva e importante labor que beneficiaría al bufete en todos los ámbitos, así que no era novedad que estuviese más ausente de casa que nunca. Sólo esperaba que aquello concluyera antes de la boda... Sus bodas de plata.

En un par de meses cumplirían veinticinco años de casados y Victoria estaba entusiasmada ante la idea de renovar sus votos ante sus tres hijos, familiares y amigos ¿Y cómo no estarlo? Para ella eran un verdadero logro esos veinticinco años pues no todo mundo lograba algo como aquello ya que algunos amores eran desechables... y efímeros.

Bajó la mirada y se sorprendió al ver que sus manos se cerraban fuertemente en puños sobre el saco de Enrique, arrugándolo más de la cuenta... Respiró hondo, relajó sus manos y se dispuso a preparar la cama para dormir. Poco después Enrique salió de la ducha y observó a su esposa, ya en la cama, con una revista en las manos.

-¿Qué lees? -preguntó él con despreocupación, tomando asiento en su lado del lecho.

Ella no quitó la vista del artículo.

-Es una revista de jardinería -respondió-. Van a hacer un concurso de flores, lástima que no podré concursar.

-¿Por qué?

Victoria lo miró.

-Porque vamos a estar en nuestra luna de miel.

-Ah.

Enrique desvió la mirada y apartó las sábanas para poder recostarse.

-Vamos a dormir ¿quieres? -musitó en tono cansado-. Estoy agotado.

Victoria asintió y cerró la revista, depositándola en la mesilla de noche. Ambos apagaron las lámparas de sus respectivas mesillas de noche y se recostaron a cierta distancia el uno del otro, como siempre... Pero aquella noche en especial, después de haber visto el firmamento, Victoria sentía que necesitaba el consuelo de su marido. Así que cuando Enrique se giró hacia ella para darle el habitual beso de buenas noches, ella lo sujetó por la nuca para impedirle una retirada pronta y profundizó el beso como hacía mucho tiempo no lo hacía... Enrique pareció sorprendido en un principio, sin embargo, correspondió el beso de su esposa y cuando las manos de Victoria comenzaron a navegar por su pijama, en busca de algo más, él la detuvo.

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