Capítulo XVII: Feliz Aniversario.

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Constancio sentía como si la sangre hubiera abandonado su cuerpo. Se sentía como un ente ajeno dentro de su propio cuerpo y lo único que podía hacer era repetir en su mente las palabras que Victoria acababa de pronunciar, palabras que no lograba procesar del todo. Sintiéndose lleno de ansiedad, Constancio soltó las manos de Victoria y se puso de pie bruscamente.

—¿Qué cosas estás diciendo, Victoria? —bramó—. ¿Qué clase de broma cruel es esta?

Victoria tragó saliva y trató, inútilmente, de secarse las lágrimas con el dorso de la mano.

—No es ninguna broma —rebatió y lo miró a los ojos—. Lo que te estoy diciendo es la verdad: tuvimos un hijo.

Constancio sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Pero... ¿En qué momento? —quiso saber.

Victoria se mordió el labio inferior.

—Cuando te marchaste a Santa Bárbara —respondió.

Los ojos de Constancio se incendiaron de rabia pura.

—¡¿Y dejaste que me fuera sin decírmelo?! —bramó sintiendo dentro de él una creciente indignación.

Victoria también se puso de pie con brusquedad. La comida china quedó en el olvido para ambos.

—¡En ese momento yo tampoco lo sabía! —rebatió, contagiada del mal humor de él.

Él no le creyó.

—¿Ah no? —inquirió con ironía y dio media vuelta para tratar de tranquilizarse—. Entonces ¿Cuándo lo supiste?

Ella apretó los puños con fuerza al darse cuenta de la ironía en la voz de Constancio, pero no se permitió caer en su provocación.

—Lo supe unas cuantas semanas después de la muerte de mi padre —confesó en voz baja.

Constancio inhaló aire y se giró a verla a los ojos.

—¿Y tampoco pudiste decírmelo entonces? —inquirió.

Victoria elevó la barbilla.

—¿Cómo iba a hacerlo? —refutó con dureza—. Te habías ido, ¡me habías abandonado para casarte con otra mujer!

—¡Lo hice por mi madre! —se defendió él.

—¡Yo no lo sabía! —le recordó ella y nuevas lágrimas comenzaron a llover sus mejillas—. Yo creía que habías jugado conmigo, que me habías abandonado porque no me amabas... —sollozó—. Lo último que deseaba en ese entonces era saber algo de ti, yo...

—Me odiabas —concluyó él con desazón.

Victoria negó con la cabeza.

—Jamás te odié, Constancio —confesó con dolor—. Durante mucho tiempo traté de convencerme de lo contrario, pero la verdad era que te seguía amando y me despreciaba a mí misma por hacerlo cuando sabía que no debía —confesó en medio de las lágrimas—. Y ese bebé era lo único que me había quedado de ti... Lo único —sollozó y se dejó caer con derrota en la butaca del mirador.

Constancio tragó saliva, apenas conteniendo las ganas de ir a abrazarla para consolarla. Odiaba verla sufrir, pero en ese momento dentro de él se había instalado un vórtice lleno de emociones encontradas y contradictorias. Saber que Victoria le había ocultado la existencia de un hijo de ambos lo había afectado sobre manera y no sabía cómo debía reaccionar con ella. ¡Un hijo, por Dios! ¡Habían tenido un hijo y ella se lo había ocultado!

—No tenías ningún derecho a ocultármelo... —soltó él con voz dura, sintiendo en su corazón un dolor tan lacerante como si le hubiesen clavado un puñal—. ¡No tenías ningún derecho a ser tan egoísta!

Duelo de PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora