Capítulo II: Sueños.

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La quinta sinfonía de Beethoven sonaba de fondo en el elegante salón, el aburrimiento era palpable en el ambiente y en el rostro de los invitados. Victoria estaba segura de que no habían fiestas más aburridas que las que organizaba su madre e inclusive podría jurar que a cada minuto que pasaba, sus invitados iban desapareciendo uno por uno... Un resoplido de resignación escapó de sus preciosos labios pintados de rojo y una risita se escuchó a sus espaldas.

—¿Tan mal la estás pasando, solecito?

Victoria sonrió al escuchar la voz de su padre y se volvió hacia él.

—No, lo estoy pasando bien –mintió ella, no queriendo herir los sentimientos de su padre.

Su padre asintió divertido, pues sabía que su hija le estaba mintiendo.

—¿Me acompañas al jardín? –preguntó él.

Victoria miró a sus invitados y pensó que su madre diría que no era correcto abandonarlos, pero ¿Qué más daba? La fiesta era un completo fracaso ¿Qué importaba si estaba ella presente o no? Lo más seguro es que nadie se percatara de su presencia, mucho menos de su ausencia.

—Vamos –sonrió Victoria a su padre, ya que amaba los momentos que pasaba con él.

El señor Santiesteban le ofreció caballerosamente su brazo a su hija y juntos comenzaron a caminar hacia al jardín.

—¿Y Camila? –preguntó su padre en tono casual—. No la he visto por aquí...

Victoria suspiró lánguidamente.

—No ha llegado —explicó con pesar porque su mejor amiga la había dejado plantada en su fiesta de cumpleaños.

—Tal vez se le hizo tarde... —sugirió su padre.

—Tal vez —aceptó Victoria a pesar de que sabía que Camila jamás se retrasaba.

Estaban llegando a la puerta posterior que daba al jardín cuando de pronto su padre detuvo el paso, por lo que Victoria también se detuvo.

—¿Sabes, mi amor? —comenzó su padre—. Creo que tengo algo que podría alegrarte la velada.

Victoria sonrió con alegría.

—¿Qué es? —preguntó ansiosa.

Su padre enarcó una ceja y negó con la cabeza.

—No te lo voy a decir... —espetó y Victoria hizo una mueca de desilusión—. Mejor te lo voy a mostrar –agregó sonriente en un tono confidente.

Victoria sonrió radiante, sabiendo que las sorpresas de su padre eran siempre las mejores. Su padre se acercó a ella y con una mano le cubrió los ojos.

—Es una sorpresa —le recordó él cuando Victoria intentó protestar porque le cubría los ojos.

—Está bien —acordó ella con una radiante sonrisa.

Con la otra mano de su padre posada en su espalda para guiarla, Victoria reanudó la marcha sin saber exactamente a dónde se dirigían, pero con su padre a su lado sabía que no tenía nada de lo que temer, sin embargo, la curiosidad la carcomía por dentro. ¿Qué tramaría su padre?

—¿A dónde vamos, papá? –preguntó Victoria ansiosa en cuanto sus pies pisaron algo suave, lo cual supuso era una alfombra. ¿Sería la sala? ¿El salón de música?

—No seas ansiosa –rio su padre.

Victoria también rio y caminó el resto del trayecto en silencio hasta que su padre la hizo detenerse. La joven se estremeció un poco al sentir una ligera brisa, por lo cual pudo deducir que estaban al aire libre.

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