Capítulo XVI: Verdad oculta.

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-No sabes qué gusto me da volver a verte, hija -afirmó Regina con voz suave y abrió los brazos en una clara invitación.

Victoria jadeó y no hizo más que hacer lo que le dictaba su corazón: lanzarse a los brazos abiertos de Regina y fundirse ambas en un bonito abrazo. Un abrazo que Victoria no había sabido que necesitaba desde hacía mucho... mucho tiempo. En el pasado, había llegado a apreciar y a querer a Regina hasta el punto de llegar a verla igual que a una segunda madre, pues en Regina había encontrado una confidente, un cariño y un apoyo maternal que Victoria nunca pudo encontrar en Mercedes. Regina había sido toda bondad y cariño con ella y siempre la había tratado como una hija.

-No puedo creer que estés aquí -murmuró Victoria con el corazón en la mano.

Regina sonrió con cariño.

-Yo tampoco, solecito -respondió, llamándola por aquel apelativo cariñoso de juventud.

Ambas rompieron el abrazo y se miraron fijamente a los ojos, mientras seguían sujetándose de las manos.

-Te he extrañado tanto -confesó Victoria con la mirada cristalizada.

Regina asintió conmovida.

-Tanto como nosotros a ti.

A Victoria no le pasó desapercibido el plural en las palabras de Regina, las cuales claramente hacían alusión a Regina misma y a Constancio. Victoria sonrió con suavidad.

-¿Qué haces aquí?

Regina le devolvió la sonrisa.

-Vine a verte -respondió con sinceridad-. Constancio me contó lo que sucedió con tu hija -confesó-. Y cuando Alejandro me dijo que venía para acá, no dudé en venir también para brindarte todo mi apoyo.

Victoria asintió conmovida, agradeciendo infinitamente la presencia de aquella mujer a la que había extrañado mucho. Le hizo un gesto con la mano y ambas tomaron asiento en la butaca.

-Te agradezco mucho que hayas venido, Regina -aseguró Victoria con sinceridad-. La verdad es que son tiempos difíciles -admitió.

-Lo sé -asintió Regina y su expresión se tornó un poco preocupada-. También por eso estoy aquí -reveló y la miró fijamente a los ojos-. Porque necesito hablar contigo seriamente, Victoria. Muy seriamente.

Y era cierto. Después de su conversación con Constancio aquella mañana y al saber la cercanía que se había reestablecido entre ambos, pero sobre todo al ver aquel brillo en los ojos de su hijo al hablar de una posible "reconquista" con Victoria, Regina supo que no podía quedarse sentada y cruzada de brazos. No cuando las palabras de Mercedes Santiesteban al hablar de un posible y desconocido nieto seguían resonando con fuerza en sus oídos. La única manera de saber si Mercedes había mentido o no, era hablando directamente con Victoria y cuanto antes mejor. Regina tenía, necesitaba, saber la verdad antes de que fuera tarde. Porque si de verdad existía una mínima posibilidad de que Constancio y Victoria pudieran estar juntos de nuevo, en cuanto Mercedes lo supiera (y si lo que había dicho era cierto), Regina no dudaba nada de que aquella mujer no descansaría hasta hablar con Constancio para decírselo con la única intención de revivir viejas heridas, con la intención de hacerlo sufrir y volver a separarlo de Victoria. Regina lo último que deseaba en el mundo era que su hijo volviera a sufrir como lo había hecho en el pasado, lo último que deseaba era volver a ver a Constancio igual que un fantasma errante lleno de dolor, rencor y soledad.

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Enrique seguía furioso por el asunto con Paula y por su pelea con Tatiana. Desde que habían tenido su pelea aquella mañana, ninguno de los dos parecía querer dar el brazo a torcer y por ende Enrique se había dispuesto a prepararse para salir lo más pronto posible hacia el despacho. Tenía la esperanza de encontrar un poco de paz entre la comodidad de su trabajo casi rutinario.

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