Capítulo III: Orquídeas.

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-Nancy, ¿El doctor Mendoza se encuentra en su oficina?

La secretaria elevó la vista y observó a la Doctora López, de pie ante su escritorio, sonriente como siempre. Pero Nancy sabía quién era en realidad aquella mujer y no le gustaba demasiado.

-Sí, la está esperando -respondió con una media sonrisa-. ¿La anuncio?

-No es necesario, Nancy. Gracias.

Tatiana dio media vuelta y se dirigió a la oficina de Enrique, a la cual ingresó sin siquiera tocar y cerró la puerta con seguro a sus espaldas.

-Buenas tardes, Doctor Mendoza... -saludó con una radiante sonrisa.

Al escucharla, Enrique elevó la vista de unos documentos y le sonrió de igual forma.

-Hola -respondió-. ¿De qué necesitas hablar conmigo?

Tatiana empleó una expresión de seriedad y empezó a caminar hacia el escritorio con paso lento.

-Esta noche necesito viajar para terminar el acuerdo de la comercializadora... -le recordó.

-Lo sé -respondió Enrique-. ¿Qué hay con eso?

-Necesito que vaya conmigo.

Enrique frunció el ceño.

-Creo que puedes encargarte perfectamente de eso tú sola.

-Sí -admitió Tatiana-. Pero una de las partes no está dispuesta a acordar nada sin su presencia.

Enrique se mostró molesto.

-¿Quién?

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La puerta de la oficina de Constancio se abrió y un apuesto muchacho ingresó con un aura de seguridad, pese a que su expresión no reflejaba emoción alguna.

-Hola papá -saludó el joven.

Constancio se puso de pie y lo fulminó con la mirada.

-¿Qué demonios haces aquí, Alejandro? -rugió-. ¿No te ordené expresamente que te quedaras en Santa Bárbara con tu madre?

Alejandro no se amedrantó, como si estuviese acostumbrado al mal humor de su padre.

-Sí, lo ordenaste -admitió-. Pero no pienso hacerte caso.

Constancio apretó los puños con fuerza.

-Alejandro... -en tono de advertencia.

-No, papá -lo interrumpió-. Desde que decidiste abrir un nuevo despacho en esta ciudad, acordamos que yo podría ayudar en el bufete en mis ratos libres e incluso me cambié de universidad para hacerlo -espetó con firmeza-. ¿Cómo es que de repente me pides que regrese a Santa Bárbara? ¿Así como así? ¿Pretendes que cambie de nuevo de universidad como si nada?

Constancio lo miró con frialdad.

-He cambiado de opinión y tu deber es obedecerme, no cuestionarme.

Alejandro lo miró escéptico.

-No te creo. Tú nunca cambias de opinión a menos que te convenga...

-¡Alejandro!

El joven elevó la barbilla.

-Es la verdad, papá -recalcó-. ¿Cuál es tu motivo para enviarme de nuevo a Santa Bárbara?

Exasperado Constancio tomó asiento de nuevo y se pasó una mano por el cabello, despeinándolo un poco.

-Para que cuides de tu madre ¿Para qué otra cosa? -espetó con sequedad.

Duelo de PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora