Capítulo XIXX: Planes.

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—¿Cómo está la abuelita más bella de este mundo?

Regina se encontraba en la salita de La Soledad mientras le dedicaba un poco de tiempo a uno de sus pequeños hobbies: el bordado. Sonrió abiertamente al escuchar aquel comentario de Alejandro y poco después pudo sentir cómo el joven la abrazaba por detrás y le estampaba un sonoro beso en la mejilla.

—Deja de decir mentiras —lo riñó con cariño y luego viró el rostro para poder mirarlo—. Pero estoy bien, mi vida.

Alejandro rio divertido. Soltó a su abuela y rodeó el sofá para tomar asiento al lado de ella. Regina miró con dulzura a su nieto.

—¿Y tú cómo estás, mi vida? —preguntó, dejando de lado su bordado.

Ale tomó la mano de su abuela entre las suyas.

—Bien —respondió y luego sonrió con complicidad—. Contento de ver cómo mi hermana se está recuperando —confesó en voz baja.

Regina sonrió, sintiéndose encantada al ver lo feliz que se veía su nieto al saber que no era hijo único. Sin embargo, en el fondo, Regina no estaba muy de acuerdo en que Alejandro no supiera la verdad, el trasfondo, de los lazos que lo unían con Paula Mendoza. Regina miró atentamente el rostro de su nieto y no pudo evitar suspirar. Ese jovencito le había robado el corazón desde que lo había visto por primera vez y aunque Alejandro no llevase su sangre del todo, siempre lo vio y lo quiso como tal.

—No sabes cuánto me alegra que Paula esté mucho mejor —respondió ella con sinceridad.

Alejandro sonrió.

—Ha preguntado por ti —reveló.

Regina se sorprendió un poco. Claro que ya había conocido a Paula desde hacía tiempo, cuando había empezado una amistad con Alejandro y él había empezado a llevarla a casa. Regina se había llevado bien con Paula desde el primer momento y, al saber del accidente de la joven, le había resultado lo más lógico ir al hospital para verla, además de que aquello le había permitido la oportunidad de ver y charlar en un par de ocasiones con Victoria.

—Paula es una buena muchacha —atinó a decir Regina con voz suave—. Me recuerda a su madre cuando era joven... —suspiró.

Aquello captó la atención de Alejandro.

—Abuela, ¿Puedo preguntarte algo? —quiso saber, sintiéndose un poco nervioso de repente.

Regina asintió sin dudar.

—Claro, mi cielo.

Él jugueteó, sin percatarse de ello, con la mano de su abuela.

—Papá y Victoria ¿De verdad se amaban? —quiso saber.

Regina sabía que Alejandro tenía millones de dudas en su interior desde que Constancio le había revelado el parentesco de hermandad que tenía con Paula y, por una parte, le alegraba que Ale finalmente se permitiera sacar a la luz aquellas dudas. Por otro lado, no estaba tan segura de que las respuestas a aquellas dudas fueran del completo agrado de su nieto... Aun así, Regina jamás se permitiría decirle una mentira.

—Demasiado —le confirmó con suavidad—. Victoria y Constancio eran como dos almas gemelas —señaló, permitiéndose sumergirse en los recuerdos—. Ambos sonreían todo el tiempo cuando estaban juntos, siempre en contacto sin siquiera darse cuenta, siguiendo los reflejos del otro e incluso parecía que eran capaces de comunicarse sólo con una mirada y tu padre... —Regina suspiró—. Tu padre era la persona más feliz del mundo —tragó saliva—. Durante el tiempo en que estuvieron juntos, Victoria se volvió el centro del universo de la vida de Constancio. Y estoy segura que era igual para Victoria.

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