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El tiempo transcurrido entre lo sucedido con Candace hasta la actualidad de Scott, era de pocas horas, dónde en silencio, fué explorando la misma planta, aunque él mismo se preguntaba si había explorado todo por completo gracias a la disociación de los espacios que experimentaba, ¿era todo igual o realmente recorrió todo? No lo sabía. En algunos puntos escuchaba gritos aislados en alguna habitación, hombres y mujeres, a veces escuchaba algo más adentro, podía ser una trampa de su cabeza; él no entendía que era real o mentira ahora mismo.

En algún momento pensaba en entrar a aquellas habitaciones, intentar salvar la vida o vidas que ahí se encontrasen, pero poca fuerza de voluntad tuvo para ello. Quizás sentía que eran trampas, visiones de su mente ahora confusa, o simplemente no quería. Aún así, entró en algunas que otorgaban un silencio que le dió confianza para aventurarse en ellas. Poco obtuvo, pero cada una de las cosas fué de utilidad para él, en resumen, pudo encontrar:

Una mochila algo vieja pero con buen espacio, dos cajas de munición para su revólver y una botella de agua a la mitad, él tomó la otra.

Scott lograba dar vistazos a su pasado mientras por fin encontraba las escaleras donde antes estuvo y así empezar a bajarlas. Breves recuerdos con su hija le daban aires reconfortantes, más control de sí mismo y un lugar feliz dónde quedarse; recordando más específicamente la vez que Cloe tuvo una de sus primeras obras de artes, que con orgullo presumió a sus vecinos, guardias del edificio y a su propio padre. Ella era así, orgullosa de sus logros y fiel a ellos. Poco parecía ese primer dibujo, pero fácil era el primer vistazo de una pasión en su hija, pasión que él ayudó desde ese momento a crecer, colocándolos en la pared de su nevera para que ella observara sus hazañas.

Ese orgullo Campbell transmitió fuerza interna en el pelinegro, quién llegado ya al primer piso, optó por el mismo plan que hizo en el segundo: explorar las habitaciones en busca de objetos útiles. Algo que empezó sin mucha suerte, que después, inesperadamente se torno hacia la peligrosidad, como si esta no dejará a Scott un momento de calma.

Mientras caminaba, cercano a los ventanales que otorgan aún luz del mediodía, escuchó unos leves golpeteos, casi como pasos inaudibles pero sonoros aún así. Esto aumentó de fuerza, y no tan solo eso, sino el leve temblor en el suelo daba a entender que lo que se avecinaba, era grande, por lo tanto, peligroso. Scott no tardó en sacar su arma de fuego listo para lo que fuera, hasta que lo agarró algo desprevenido.

Frente a él, en la variedad de puertas que no había revisado, el temblor aumentó con aún más fuerza, casi como el presagio del peligro asomándose a su vista y, con la brutalidad de una arremetida, la puerta algo más lejana a él, más la pared que la mantenia recia, fueron rotas con una poderosa embestida provocada por una figura que la atravesó con la torpeza de un animal pero la brutalidad de un hombre.

El polvo se levantó por el aire, Scott, habiendo hecho un movimiento lógico, se había echado hacia adelante para resguardarse de cualquier posible daño, y en el suelo, pudo observar lo que en el humo se hallaba.

Era enorme, más de dos metros podía medir con facilidad, algo delgado pero tonificado, aunque su piel negra como el carbón no los hacía notar tanto, casi como el sabueso el cual había asesinado hace poco, este era diferente, la tonalidad de su piel era aún más oscura, a un grado inexplicable para la vista de quién lo notaba. Su encorvado cuerpo lo mostraba más peligroso e intimidante. Uñas descuidadas, amarillentas y puntiagudas resaltaban en sus manos. Pero, en realidad, lo que daba una incomodidad absoluta es su máscara.

Tenía cubriendo su rostro, una larga máscara que llegaba un poco más abajo del mentón, blanquecina y sucia, con dos huecos para sus ojos, o más bien, espacios en blanco con una minúscula pupila que no denotaban expresión alguna, solo observantes y abiertas hacia él. Y, más abajo, su boca se había fusionado con la máscara, creando una gran cara sonriente, de dientes puntiagudos como cuchillas y un semblante demente además de carente de emoción alguna. Solo su silencio sepulcral con la vibra peligrosa que llovía en su ser hacia todas partes, era suficiente para caer pesado en el ambiente.

La Mansión de los PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora