Cloe Campbell, jugaba como cada día en la sala del departamento. Armaba figuras geométricas y tenía sus muñecas a un lateral de ella, listas para otro juego. Había heredado el cabello negro de su padre y los ojos verdes de su madre, además de ser una niña algo regordeta, era bastante escurridiza a la hora de crear sus hazañas. Un ejemplo claro de esta habilidad, fue el día donde rallo las paredes de su habitación con garabatos, se escabulló por todo su hogar para no ser encontrada luego del acto. Scott duró media hora buscándola mientras maldecía por los garabatos hechos por su hija, pero por dentro le causaba risa la situación.Había transcurrido un año desde lo de Emily, su esposa. Scott entró en una depresión tras la desapareción de la cual a duras penas sobrellevaba, su hija lograba darle razones para seguir viviendo aunque estás para él, no existiesen. El detective se prometió poco después del desaparecimiento, no perder una vida más mientras pueda protegerla.
Sentado en el sofá leyendo uno de sus libros favoritos, Diez Negritos, Scott pensó en su ex-esposa, lo que habían vivido, experimentado, sentido y sufrido. Revivió los errores que él mismo cometió y que rompieron lazos casi inquebrantables con ella, los cuales se arrepiente cada minuto de haber destrozado. Pero antes de que la culpa lo invadiera terriblemente más, su pequeña hija gritó de felicidad al juntar las piezas.
En un intento de caminar un poco más para avisarle a su padre sobre su reciente victoria, se cayó de nalgas al piso y empezó a rodar alegre por la emoción, llenando de risas toda la sala. Su rostro tierno y feliz llenaban de esperanzas al alma casi vacía de su padre, quien le había quitado la importancia al libro, solo para admirar la niña que sería mejor que él, la niña que con su crianza, sería mejor mujer de lo que fué su madre y mejor persona de lo que fué él.
Ahí fue donde observó, mientras la niña volvía a levantarse de nuevo, que era su razón de vivir un día más, su razón de esforzarse para no dejar que su pasado arruine su vida, y la de su hija. Ser el padre excepcional que poco tuvo. Cargado de nueva energía, se levantó y con felicidad, cargo a su hija.
—Vamos a por los hotcakes que tanto te gustan en el Rick'Cafe —avisó alegre y su hija con la misma energía lo acompañó, él caminó con su hija en brazos, tomando sus llaves para salir.
Una nueva mañana se asomaba por los ventanales del segundo piso, la oscuridad anteriormente férrea ahora no existía, pero el sol tampoco en esta ocasión, las nubes grisáceas tapaban la luminosidad de un amanecer hermoso, por uno frío y desolado. En el piso, se encontraba dormido el hombre solitario que poco a poco abría sus ojos con la pesadez de un edificio, recordando con dolor punzante lo ocurrido en la noche, se dió cuenta que el cuerpo inerte del animal al cual acabó, ya no se encontraba ahí. Intentó hallar una razón del porqué, pero simplemente se dejó llevar por la ilógica del momento y se puso de pie.
Deambulando por los pasillos del segundo piso, inexplorados por él, pensó en diferentes cosas, ¿este era su primer pecado? ¿Era verdaderamente Jac el animal muerto que estaba frente a él o simplemente fue su cabeza pasándole una horrible jugada? ¿Cuántas de éstas criaturas tendría que acabar él para ganar su libertad? Poco le sirvió divagar por tales cuestiones, ya que no encontraba respuestas a estas. Aún así, le sirvió como un distractor en su camino sin rumbo.
Los pensamientos se detuvieron gracias a una puerta que llamó su atención, la cual tenía "archivero" escrito arriba con color negro en una placa platead; la misma era de madera oscura y descuidada que denotaba antigüedad en la misma. Curioso y sin nada que perder, preparó su machete para disponerse a entrar; con cuidado giró la perilla y entró en el desconocido lugar.
Era como los archiveros de la antigua estación policial donde él trabajaba, pero sin duda más grande y espacioso. Casi como una biblioteca normal, llena de archivos con información general. La pregunta era, ¿qué clase de archivos ocultaba?
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La Mansión de los Pecados
HorrorUna vida puede cambiar con solo una oportunidad, la vida de Scott Campbell es un ejemplo. Detective privado, de los mejores en su ciudad, excelente en su trabajo. Se le fue dada la oportunidad de un trabajo, un caso en particular, en una mansión en...