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El olor a sangre seca inundaba sus fosas nasales, a medida que iba por salas, despejando cada una, en las cuales más de estos humanos dañados psicológicamente, no dudaba en atacarme. El cansancio le quería ganar, echarse al suelo y dejar reposar su cuerpo, pero no era una opción. Aún así, por cada sala que despejaba, se sentaba en una camilla a tomar aire, tomar fuerzas para seguir abriendo puertas y luchando para escapar de ahi.

No hubo muchos problemas después de aquella habitación. Tampoco contó las salas en las que había entrado, quizás dos, tres o cinco. Solo recordaba el impacto de sus nudillos, codos y rodillas en los huesos de esas personas. Cynthia le ayudó mucho, se había vuelto una buena compañera, acabando con varios de ellos. A veces en una sala habían solo tres, a veces siete, o menos. A veces eran solo mujeres, a veces solo hombres, solo viejos y viejas, y en la última en la que entró, eran personas sin partes del cuerpo.

La decoración no era cuánto menos agradable, habían planos por las paredes, que enseñaban los experimentos que la persona encargada hacia, fusionar el metal con los humanos, volverlos bestias, con garras, colmillos, más musculatura. Monstruos en todo el sentido de la palabra; y los instrumentos que habían no era para nada suaves, sierras, cuchillos, horcas, sogas, jaulas que se encontraban amarradas al techo, hornos de fundición, alambre de púas y otros utensilios perturbadores. Scott usó varios de estos utensilios para abrirse paso.

«Debo llevar unas seis salas, quizás» pensó. Habían pasado quince minutos desde el último enfrentamiento, la sala estaba vuelto un desastre. El olor a sangre, orina, humedad y muerte inundaban sus fosas nasales; él se acostumbró a ese olor. Sus ojos se posaban siempre en sus pies, no deseaba ver el caos que dejaba a su paso por su supervivencia. Después de descansar, tomó aire y prosiguió su camino. Abrió la siguiente puerta, el click había sonado hace ya tiempo. Está vez fué diferente.

—Al fin —Frente a él, una sala circular, de metal oscuro me mostraba lo que había en frente, esperándome—¡Cuervo! —gritó, corriendo hacia él.

Abre la jaula, y el animal le observa, sus ojos demuestran preocupación, algo que se desvanece al verle, sus alas baten para volar por la espaciosa habitación. Sus ojos observan el anillo que tanta ayuda le había brindado, lo tomó con una sonrisa de satisfacción en su rostro, a la vez que Corvo se posaba en su hombro. Era un premio perfecto, más sabiendo que su cuerpo no estaba en buen estado, realmente, se sentía como un saco de boxeo. Pero él había estado peor, había sido torturado antes, golpeado y recibido palizas. El mundo curtió a Scott.

—¿Cómo estás, compañero? —El ave juntaba su rostro y lo acariciaba en forma de saludo con el cuello de su amo—, también te extrañé. Ahora, salgamos de aquí. Pero primero…

Scott se sentó. No era estúpido, sabía que esto tendría una consecuencia, una trampa, algo. Y él, no estaba listo para enfrentar sea lo que sea, por ello mismo tomó la decisión de esperar un poco y descansar. Sabía las propiedades de su anillo, no sabía cuánto tiempo tardaría en tomar un efecto curativo mayor, pero decidió experimentarlo. El tiempo pasó, Cuervo no hacía más que caminar de un lado a otro, impaciente; sus patas danzaban como un niño en la fila de un supermercado esperando a su madre para irse. Por su parte, el dolor se iba menguando, las heridas se iban curando y Scott podía respirar mejor.

Cuarenta y cinco minutos transcurrieron, y su cuerpo se hallaba en mejor estado. Magullado aún, pero mucho mejor que antes, aquel pinchazo de vidrio había cicatrizado, su rostro no se encontraba hinchado, sus nudillos ya no estaban enrojecidos y sangrantes. No quiere decir que su cuerpo esté en su máxima capacidad, pudo ver algunos moretones y raspaduras en su piel, alguna incomodidad al andar; no prestó mucha atención, sabía que el tiempo le iría curando más, por lo cual, se levantó y Cuervo voló a su hombro de nuevo.

La Mansión de los PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora