Capítulo 4.

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Correr por las calles de mi pueblo, me transporta directamente a la infancia. Y no precisamente porque cuando era una niña, me dedicara a hacer deporte a primera hora de la mañana. No, pero aún así, la sensación no es demasiado distinta de aquellos momentos en los que solía salir a pasear, bajo unos auriculares, acompañada por mi más fiel y mejor amiga, la música. Pero si algo diferencia aquellos años de este momento, es que ahora, mi más fiel y mejor amigo, es White.

El pequeño cachorro, corre como un loco por delante de mí, olfateando todo a su paso. Apenas es capaz de alejarse unos metros antes de alzar su cabeza buscándome y retroceder hasta llegar a mi altura. Da un par de vueltas a mí alrededor y vuelve a adelantarse, para repetir el mismo movimiento una y otra vez durante estos diez kilómetros.

Es un domingo bastante tranquilo. El pueblo está completamente en calma y apenas se ven coches en movimiento. También puede ser debido a que la única que decidió madrugar un domingo por esta zona, fui yo. Pero sin duda, era algo que necesitaba. Comenzar el día corriendo, es la única forma de ganar energía, para afrontar el resto del día junto a mi familia. Y además, desde que White me acompaña, he descubierto que es un deporte mucho más relajante de lo que creía.

Llego a mi casa al cabo de aproximadamente una hora. Abro la puerta con sigilo, intentando no despertar a nadie.

-¿Luisita, eres tú? -Pregunta mi madre desde la cocina, haciéndome entender que mis intentos fueron en vano.

Siempre he tenido la impresión de que mi madre es la primera persona del pueblo en despertar.

-¡Sí, mamá!

Al recibir la respuesta, asoma su cabeza por el umbral de la puerta, mientras White pasa a su lado jadeando, en busca de agua.

-¿Era absolutamente necesario que trajeras a tu perro? -Lo observa de reojo.

-Indiscutiblemente. Es un ser vivo. Necesita que lo alimenten y que lo saquen a pasear.

-¿Y no podía encargárselo a ninguna amiga?

-¿Cómo crees que voy a dejar a mi muñeco precioso con alguien mas? -Pregunté recibiéndolo de vuelta, con cariñosas caricias. -Claro que no, ¿verdad pequeño?

-Creo que desde que adoptaste ese perro, te relacionas todavía menos con la humanidad. Si es que eso era posible.

Alcé la mirada dispuesta a contraatacar. Pero descubrí a mi madre con los brazos cruzados sobre su pecho y muy seria después de haber expresado su opinión. Por lo que simplemente, me limité a suspirar para calmar mis impulsos.

-¿Recuerdas que soy psicóloga? Trabajo con personas... ¡Todo el tiempo!

-No es lo mismo trabajar que relacionarse, Luisita. Deberías... no sé... ¡Buscarte un novio! ¡Sí! Ya va siendo hora de que decidas compartir tu vida con alguien ¿no crees?

-Mamá... -Volví a suspirar, esta vez hasta con una sonrisa incrédula. -Compartiré mi vida con alguien, cuando encuentre a la MUJER indicada ¿De acuerdo?. Por si ya se te había olvidado, que supongo que no, me gustan las ¡MUJERES! Y ya... -Continué dirigiéndome hacia las escaleras. -Me voy a mi cuarto, porque en dos minutos consigues que recuerde porqué motivo, no vengo más a menudo a pasar el fin de semana en casa.

Sin más, abandono el lugar, siendo seguida por White y dejando a mi madre prácticamente con la palabra en la boca. Esta mujer tiene la gran habilidad de lograr exasperarme con tan solo abrir la boca.

Al llegar al dormitorio, mi cachorro corrió a acomodarse en la pequeña cama que tenía a los pies de la mía. Ahí permaneció echado, mirándome con cierta expresión de lo que yo interpreto como comprensión.

La luz de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora