Capítulo 31.

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El día ha transcurrido lentamente. MUY lentamente, para ser exacta. Es esa sensación en la que los minutos parecen horas, sólo porque estás deseando que llegue un momento o un día determinado. Y parece que mientras más lo deseas, más despacio transcurre esa distancia temporal que te separa de él.

En este caso es muy extraño, porque podría jurar que todo mi cuerpo tiembla nervioso y que no he sido capaz de hacer nada decente a lo largo del día. Mi concentración se esfumó en algún momento. Y todo por las ansias que me da el saber, que voy a volver a verla.

Es exactamente esa sensación que tenía cada mañana, cuando me despertaba para ir a “La Cascada”. Esa hora que transcurría lentamente, porque pronto la vería caminando por aquel pasillo, al principio sin dirigirme si quiera una mirada y luego, compartiendo algunos minutos de risa.

Pero al mismo tiempo, estoy asustada. Mi cerebro no para de dar vueltas y a medida que avanzan los minutos, más ganas tengo de correr en la dirección contraria. Es una contradicción constante entre la mente y el corazón.

Cuando llego a casa, de lo único que tengo tiempo es de darme una ducha rápida y vestirme con lo primero que encuentro.

Es curioso, porque esta situación también me recuerda a mi primer día de prácticas, cuando me pasé minutos delante del espejo, tratando de elegir la ropa adecuada, mientras White me miraba atento desde atrás. En esta ocasión no dispongo de ese tiempo, pero él sigue ahí, justo detrás de mí, observándome con su cabeza ligeramente ladeada como si supiera exactamente a dónde voy.

A lo mejor lo sabe. A lo mejor es capaz de distinguir que estos nervios de hoy no tienen nada que ver con los que sufrí el otro día, cuando estaba a punto de exponer mi proyecto. A lo mejor, algo dentro de mí, le hace saber cuándo se trata de Amelia y cuándo no.

Una vez lo tengo todo listo, acaricio por última vez a mi pequeño, y abandono la casa dirigiéndome hacia el coche.

El camino también se me hace eterno, aunque el pueblo esté apenas a unos minutos. Por suerte, consigo estacionar el auto en el mismo lugar donde lo hago por la mañana, muy cerca de la floristería.

Son las nueve en punto. Así que, aligero un poco el paso mientras me encamino hacia la misma.

Al doblar la esquina, ahí está ella. Como una silueta en medio de la oscuridad de la noche, consiguiendo que mi corazón se acelere con cada paso que me aproxima. La puedo ver sonreír. A medida que nuestra distancia se acorta, aprecio con más claridad su sonrisa y sus ojos, ambos iluminados por la luz de la luna y por un tenue foco que hay alumbrando la calle.

Está más hermosa que esta mañana y más hermosa que la otra noche.

¿Cómo puede ser, que mientras más la veo, más bonita me parece?

Inhalo aire profundamente, esperando que el oxígeno sea suficiente para calmar los latidos acelerados de mi corazón.

-Hola -susurro en cuanto me detengo a unos centímetros de ella.

-Así me saludabas cada día, durante dos meses seguidos -sonrió. -Es curioso, todo lo que ha pasado desde entonces.

Asiento mientras correspondo a la sonrisa.

La verdad es que tiene razón, es curioso todo lo que ha pasado desde entonces. Y me sigue sorprendiendo algo; que ella recuerde cada detalle.

A veces olvido que durante esos dos meses, ella también estaba allí aunque no pronunciara palabra. Se me olvida, que estaba tan presente como yo. Que en esta historia, ambas hemos estado igual de presentes desde el primer minuto.

La luz de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora