Una pequeña mesa plegable que guardábamos en la buhardilla, junto a dos sillas. Todo cuidadosamente colocado en el porche de la casa, eran ahora, el escenario perfecto para disfrutar de la próxima cena.
La tarde comenzaba a caer, dejando a la vista sus últimos y anaranjados rayos de sol, incidiendo sobre el lago de una forma espectacular.
Preparé la mesa lo mejor que pude, teniendo en cuenta el poco material del que disponía, dos copas, para servir el vino que permanecería en el frigorífico hasta el último momento, la cubertería que mi abuela guardaba para ocasiones especiales. Y en un primer momento, también se me ocurrió adornar el ambiente con alguna que otra vela. Pero al permanecer durante más de cinco minutos observando la mesa, llegué a la conclusión de que no quería extralimitarme, ni hacerle sentir que esto era una cena romántica, o un penoso intento por conquistarla. Porque realmente, no se trataba de eso.
En cuanto volví al interior de la casa, la observé salir del dormitorio, secando con una toalla la humedad de su cabello recién lavado.
Por algún extraño motivo, mi corazón se aceleró en cuanto nuestras miradas se cruzaron, y aunque por un instante, parecía que me iba a quedar hipnotizada otra vez, una sonrisa, fue mi tabla de salvación. Recientemente, he descubierto esa extraña manía que tengo, de eliminar los momentos de tensión sonriendo. Una curiosa manera de escapar cuando me pongo nerviosa ante ella.
-¿De qué te ríes?
-Te sienta bien mi ropa -Le respondí dirigiéndome hacia la cocina.
-Gracias. La verdad es que me hace sentir más... libre.
-¿Libre?
En cuanto volteé intrigada, la encontré justo detrás de mí, mucho más cerca de lo que esperaba, ya que ni siquiera la había sentido seguirme.
-Durante prácticamente toda mi vida he intentado ser la chica perfecta, vistiendo ropa exclusiva y tan ajustada, que a veces ni te permiten respirar. Ya sabes, tratando de parecer una princesa. Pero tu ropa es más... ¿Cómo decirlo?. "Hippie" no llega a ser la palabra, pero si más... despreocupada... libre.
-Bueno, en eso tienes razón, no me gusta demasiado ir por la calle aprisionada en mi propia ropa -le sonreí. -Supongo que hay momentos para todo. Pero en cuanto a ti, no creo que el tipo de ropa que lleves, haga que dejes de parecer una princesa.
Desde que una sonrisa se apoderó de sus labios y permaneció observándome con intriga, mi cerebro fue consciente de lo que acababa de decir y mis mejillas quisieron sonrojarse, cosa que pude evitar a tiempo.
-Debería aprender a controlar estos extraños momentos de cursilería que me invaden -Comenté regañándome a mí misma.
-Al menos ya controlas no sonrojarte -Se encogió de hombros sonriendo. -Algo es algo.
-Todo un detalle por tu parte esa apreciación.
Fruncí el ceño, con la intención de apoyar el tono irónico. Pero ella, simplemente volvió a sonreír.
-¿En qué puedo ayudarte? -Cambio de tema, señalando con su cabeza el pescado que había sobre la encimera.
-Ahora acabas de sonar como una telefonista de "Atención al cliente".
Después de sacarme la lengua como una niña pequeña, se acercó más, pretendiendo husmear todo lo que había preparado a mí alrededor. Lo malo, es que trajo con ella, ese olor que desprende su cabello recién lavado y automáticamente me recuerda nuestro encuentro de cada mañana. Una vez más, no puedo evitar que una ligera sonrisa se apodere de mis labios.
-¿Y ahora de que te estás riendo? -Alzó una ceja divertida.
Decidí decirle lo primero que se me vino a la cabeza, para no quedar de nuevo como una imbécil embobada.
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La luz de tu mirada
Fiksi PenggemarUn choque de miradas accidentado. Así comienza la mayoría de las grandes historias. Y esta, no iba a ser menos. Un maravilloso cuento real, sin caballo blanco, ni príncipe encantado. La increíble historia de dos personas encontrándose. . Esta histor...