Capítulo 15.

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Unas horas más tarde, estábamos de vuelta en el pueblo, donde el ambiente de fiesta había dificultado un poco estacionar el coche.

La mayoría de las calles estaban cortadas y el poco espacio de las mismas, lo ocupaban los peatones. Aún así, después de varios minutos y alguna que otra vuelta, conseguimos aparcar en un buen lugar, desde el cual, accedíamos directamente a la plaza central.

Avanzamos entre la multitud, observando todo a nuestro alrededor. Lo cierto, es que el pueblo estaba precioso en estos días. La música, otorgaba un ambiente diferente. Consiguiendo animar a cualquier persona que paseara, fuera cual fuese su estado de ánimo.

En los alrededores, había pequeñas tiendas de artesanía, ropa e incluso artículos de segunda mano. Además, cada vecino organizaba su propio espacio, en el que ofrecían comida preparada por ellos mismos y completamente gratuita.

Esa es una de las cosas que vuelven estas fiestas diferentes y especiales, absolutamente todo el mundo, adquiere las bebidas en alguna de las pequeñas tiendas, y a medida que caminan, van probando las diferentes comidas que cada amigo y vecino, amablemente ofrece.

A esta hora de la tarde, aún no resulta demasiado difícil transitar entre la multitud. Pero el sol está comenzando a caer y casi todo el mundo empezará a venir a partir de ahora. Ya que los eventos de la noche, son los más divertidos para la juventud y por lo tanto, lo más concurridos. No obstante, quise traer a Amelia un poco más pronto para que pudiera disfrutar del ambiente, pasear en tranquilidad y sobretodo, llenarse de la vida que contagia cada una de estas personas.

Andamos unos metros en completo silencio. Así somos nosotras. Así hemos sido desde que nos conocimos, cada una sumida en sus pensamientos, disfrutando de lo que sucede alrededor, sin dejar de sentir ia compañía de la otra. Siempre me ha encantado, y más aún cuando observo de reojo su sonrisa, mientras ve corretear a los niños, atravesándose en nuestro camino sin ningún cuidado.

Le gusta esto, puedo sentirlo, y eso me hace inmensamente feliz.

Llegamos hasta el centro de la plaza con la intención de husmear un poco lo que ocurre en el interior de un círculo humano que de pronto se había formado. Descubrimos en él, a un grupo de niños jugando al juego del avión, ese en el que se dibujan cuadrados con números en el piso y cada uno debe ir saltándolos. Me sorprendió verla observando con expresión de sorpresa e incluso emoción, como si jamás lo hubiera visto. Algo muy curioso, pues creo que es el juego más antiguo de la historia infantil.

-Siempre quise jugar a eso -Confesó dejándome perpleja.

-¿Nunca has jugado al avión?

-Te sorprendería saber lo aburrida que fue mi infancia.

La observé un instante, tratando de averiguar cuanta verdad tenían sus palabras. Pero entonces, algo vino a mi mente.

-¿Alguna vez has comido algodón de azúcar?

-Ni siquiera sé que es eso -Se encogió de hombros.

-¡No puede ser!

Completamente asombrada, agarré su mano y a toda prisa, comencé a dirigirla entre la multitud. Llegamos a un pequeño puesto, donde un señor, ya algo mayor, nos recibió con una amable sonrisa. No tardé en indicarle lo que deseaba y él seguidamente, comenzó a preparar un rosado y gran, algodón de azúcar que dos minutos después, estaba entre mis manos.

-Eso tiene todo el aspecto de ser muy dulce y muy pegajoso -Comentó mirándolo con extrañeza.

-Ambas cosas -Confirmé. -Y lo de pegajoso es lo más divertido. Después de comerlo, sientes como si te hubieras pintado los labios con pegamento.

La luz de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora