Capítulo Trece

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     —Tu hermano—dijo Row. Sus ojos iban de Mikha a mí, buscando las similitudes—. Me dijiste que no tenías familia.

—Ella pensaba que estaba muerto—dijo Mikha.

— ¿Por qué?

—Por lo que me sucedió cuando niña, Row—dije.

—Lo que no me quieres contar—me contestó.

—Todos tenemos nuestros secretos.

No dijo nada. Miró a Mikha y negó con la cabeza antes de girarse y salir.

—Todo un amor—dijo Mikha.

—Cállate y duerme—dije—. Nos vemos luego.

Salí de la habitación buscando a Row. Lo encontré fácilmente: estaba justo frente a la puerta, recostado en el barandal de las escaleras. Tomé su mano y lo guie hacia afuera. La casa se sentía vacía sin los bellatores. Había demasiado silencio, demasiado espacio. Si hablábamos dentro Cianna y Mikha nos iban a escuchar.

Me detuve a unos pasos de la casa, justo donde comenzaba el bosque. Me senté en el suelo y él hizo lo mismo frente a mí. Tomé un respiro.

—Nos utilizaban como experimentos—comencé—, investigando los efectos de la plata en dosis bajas.

— ¿Quién?—Preguntó, su rostro serio y duro- no lo que esperaba.

—Los Hijos del Sol—. Los Hijos del Sol eran la organización de cazadores más grande del mundo. Eran especialmente peligrosos porque tenían lobos entre sus miembros, permitiéndoles saber todas nuestras debilidades.

— ¿Cómo los atraparon?

—No lo hicieron—dije con una risa amarga—. Nos entregaron.

— ¿Quién?—Lo miré. Tomó un respiro y miró a otro lado cuando supo que no le iba a contestar—. ¿Cuántos años tenían?

—Cinco—dije—. Mikha tenía siete.

— ¿Cuándo escapaste?

—Dos años después. Pensaba que Mikha había muerto esa noche, así que mi loba estuvo en control por siete meses hasta que llegué a Deireens. Alfa Darinka, Noah, no Keiro, obviamente, y luna Royale me dieron en adopción a una pareja que no podía tener hijos.

—Pero me dijiste que no tenían una buena relación.

—No la tenemos, pero aun así cuidaron de mí por varios años, hasta que conseguí un trabajo y me mudé con Cianna—. Ja. Tenía que regresar y cancelar el contrato del apartamento si Cianna no iba a regresar. A lo mejor podía sacarle las tripas a Keiro en el camino.

— ¿Cómo conociste a Cia?

—Misma historia, diferentes padres—dije—. Sus padres adoptivos la abandonaron cuando notaron su ceguera. La encontré vagando en el bosque y cuidé de ella como pude—. Me miró fijamente. Su expresión seria no había cambiado y eso hacía que mi piel se erizara—. ¿Qué?

—Nada—dijo. Se pasó la mano por su cabello—. ¿Quiénes son tus padres?

— ¿Por qué me tienes miedo?—Le contesté. Le había contado varias cosas, era su turno.

—No estoy listo—dijo. Se levantó y tuve que inclinar mi cabeza para verlo.

—Rowran…

—No estoy listo—repitió apretando la quijada. Fruncí mis labios y me puse de pie—. Y no te creo.

Una corriente de viento hizo que mis cabellos volaran y que mi olor le golpeara directo en el rostro. Rugió y sus colmillos se extendieron. Mis ojos se ampliaron y di un paso atrás. Su mano pasó a mi nuca y haló mi cabello con fuerza, exponiendo mi cuello. Sentí su respiración haciéndome cosquillas antes de que me soltara con fuerza, haciendo que perdiera el balance y terminara en el suelo.

Alges: La GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora