Capítulo 33

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El zumbido en sus oídos se hacía cada vez más agudo, tan persistente como el sonido de un insecto en pleno vuelo pero más profundo, más intenso. Tan ensordecedor que amenazaba cada pequeña hebra de cordura y estabilidad que quedaba en la mente y en el cuerpo de Olivia. Estaba de pie detrás de las patrullas policiales, prácticamente detrás de todo el grupo de policías que se había formado frente a la casa en el bajo Manhattan. Parecía que las personas a su alrededor se movían en cámara lenta y por más que ella quisiera adaptarse al ritmo, no podía. Simplemente no podía moverse. Sintió la mano de Elliot tomarla del chaleco y empujarla hacia abajo, hacia el suelo. Ella simplemente se dejó manipular, quedando de rodillas, protegida por el cuerpo de su compañero y por la patrulla que tenían en frente. Miró sus manos manchadas de sangre y sintió náuseas.

—¡Olivia! ¡Olivia!

Escuchó que gritaban su nombre pero parecía venir de un lugar lejano.

—¡Olivia mírame! —gritó Elliot poniendo ambas manos sobre el rostro de ella— Mírame —pidió aterrado.

—Ell...

—¡Están disparando! Debes volver a la realidad ¡Por favor!

La detective sintió una descarga eléctrica recorrer su columna vertebral que le adormeció levemente las extremidades del cuerpo, pero que sirvió para despertarla del shock en el que se encontraba desde que vio la barricada de policías, desde que comenzó a sentir las respiraciones pesadas de las personas a su alrededor y desde que oyó el primer disparo. Miró sus manos, no había rastro de sangre en ellas. Su psiquis le había jugado una mala pasada nuevamente.
Actuó. Por inercia, pero actuó. Sin saber cómo, de un momento a otro estaba defendiendo a sus compañeros y cuando reaccionó estaba en el hospital junto a la víctima, tratando de contenerla mientras le tomaban una muestra de sangre para realizarle algunos exámenes.

—¿Cómo se encuentra? —le preguntó Elliot ni bien ella salió de la habitación al pasillo.

—Está bien, sigue un poco alterada pero sería extraño que no lo estuviera. Su mamá está con ella ahora —agregó masajeando su frente levemente.

—Eso es bueno, estará bien —puso una mano sobre su hombro delicadamente y buscó su mirada— ¿Cómo estás tú?

Ella soltó lentamente el aire retenido y sonrió de lado.

—Me duele un poco la cabeza.

—¿Te revisaron?

—No. Estaré bien Ell, es solo un pequeño dolor de cabeza.

—Bueno —susurró no tan convencido— ¿Quieres ir por un café? Te dará tiempo a que se te pase antes de volver al precinto.

—De acuerdo —intentó sonreír mientras caminaba junto a él por el pasillo que los conduciría a la salida.


Nuestra vida es un mar en constante agitación. Las olas van y vienen, rompiéndose contra las rocas y esparciéndose en mil gotas que atraviesan el aire; o desvaneciéndose con suavidad en la orilla dejando a su paso nada más que una delicada espuma. Nuestras emociones, sentimientos y pensamientos, todo aquello que nos hace humanos, están en constante movimiento. Van y vienen como las olas del mar, algunos días se avientan contra las rocas y se rompen dentro nuestro provocando una inestabilidad que ni siquiera nosotros mismos entendemos; las mil gotas atraviesan todo a nuestro alrededor y creemos que no podemos controlar nada de lo que sentimos. Otros días, nuestros pensamientos y emociones nos dan una tregua, van y vienen pero se desvanecen con suavidad en la orilla. Nos sentimos seguros y creemos que podemos controlarlo todo.

Rompecabezas de Amor [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora