La noche se hizo larga, de esas madrugadas dónde el cuerpo parece apagarse pero la mente va mil por hora haciéndo un trabajo de ansiedad tan magistral que parece que llevas días sin pegar un ojo.
Pero la vida no se detenía, menos la increíble emoción en Dalia aquella mañana; desde muy temprano alistó todo en casa como era costumbre, a pesar del acuerdo de separación atendía a ese marido que se aprovechaba su inconsciencia e ingenuidad acentuando el machismo en el que se había desenvuelto siempre. La rubia impecable se vistió de ilusión, su rubio cabello liso, una camisa negra manga larga y un pantalón de vestir del mismo color, maquillaje sutil que resaltaba sus hermosos rasgos, y sus ojos, eran los más brillantes luceros en medio de la oscura noche; estaba feliz de regresar a su pasión. Pero como siempre en medio de su plenitud ese punto de conmoción.
— ¿Ya te vas? — irrumpió el hombre en la habitación sin anunciarse haciéndola brincar del susto.
— Si Antonio, ya dejé todo listo solo para que calientes la comida — tomó su cartera de la silla y se dio un rápido vistazo en el espejo — ¿Que tal? ¿cómo me veo?
— Normal. Vamos, te llevaré.
— Tra - tranquilo, puedo hacerlo — replicó en medio de un tartamudeó cargado de temor.
— No estaba preguntando, te veo en el auto.
Dalia cerró con fuerza los ojos cuando lo vió cruzar el umbral de la puerta, su única esperanza era pesar que pronto todo aquel martirio acabaría, sabía los alcances de Antonio, ese afán desmedido por tenerla presa de sus decisiones y claro que no falló en su presentimiento, esa mañana la ruta escogida por el hombre para llegar a la clínica resultó la más larga, el camino se hacía eterno y el estrés de la rubia era evidente:
¡Llegaría tarde a su primer día de trabajo!
Entró casi corriendo por los enormes pasillos, el sonido de sus tacones retumbaban por doquier alertando de su presencia a propios y extraños. Angustiada iba repasando en su mente cada recomendación e instrucción que Paz le había brindado para su ingreso, sin embargo la jefa ignoraba totalmente las tradiciones, más que eso, no podía abandonarla. Con toda la paciencia del mundo la estaba esperando para ayudarla en lo que necesitara, pero todo se empezó a complicar cuando las indirectas de Irene ante el evidente contratiempo de la nueva no se hicieron esperar.
— Sin experiencia e impuntual, ahí la tienes — manifestó con arrogancia a Paz viendo a lo lejos a la rubia caminar hacía ellas
— Irene por favor, es su primer día — susurró mirándola de reojo — ten paciencia, todos merecemos una oportunidad.
— Por lo que veo será tu protegida de ahora en adelante, insisto que la Dra. Gisella tenía mucha más capacidad.
Exasperada frente a la actitud de su esposa Paz estaba a punto de responder cuando el dulce perfume invadió sus sentidos y al elevar su mirada Dalia sonrió apenada, se percibía tan tierna que simplemente la dejó sin palabras, estaba agitada, sus mejillas sonrojadas y la respiración visiblemente alterada.
— Cuánto siento la tardanza Paz, por favor discúlpame — suplicó mirándola directo a los ojos para luego centrar tímidamente su atención en Irene — Buenos días doctora.
— Casi tardes — respondió la pelinegra entre dientes mientras firmaba un expediente que no demoró en dejar sobre la barra de recepción — ¡Buenos días! — saludó mirándola al fin con una falsa sonrisa — nos vemos luego Paz, ya es tarde.
ESTÁS LEYENDO
𝐀𝐍𝐇𝐄𝐋𝐎𝐒 ♀♀
RomanceHay amores inesperados, de esos que creemos jamás llegarán. Pero cuándo pisan fuerte en nuestro camino no importará el tiempo ni la razón: solo sucederá. Con 50 primaveras en sus vidas, Paz y Dalia creen haberlo vivido todo; cada una a su manera fue...