Dos extraños

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Lamentablemente ésta no seria la única vez que vería como Karen, mi madre, le quitaría vida a otras personas. En el transcurrir del tiempo traían a otros jóvenes al laboratorio y mi madre hacía experimentos con ellos.

Semana tras semana llegaban participantes nuevos a este experimento diabólico, de diferentes edades, pero nunca mayores. Podía ver y oír como los otros clamaban por ayuda, sufrían dolores que nadie podía imaginarse, se autolesionaban tratando de librarse de Karen, pero podía ver el verdadero sufrimiento en sus ojos. Un sufrimiento que para mi disminuyó un poco. 

Karen me guardaba como su más grande trofeo y había dejado de analizarme tanto, porque siempre tenía a otro participante, otra rata de laboratorio, estos no tenían culpa de haber sido un fallo en el experimento principal, pero tampoco tenían derecho a una vida, según nuestros captores.

Karen ya contaba con ayudantes en el laboratorio, dos hombres altos y muy fuertes, ellos nunca hablaban y seguían las órdenes de Karen al pie de la letra. Estos dos eran esclavos de una tirana que aun no dejaba ver sus verdaderas intenciones, pero que disfrutaban el hecho de poder torturar hasta la muerte a los bastardos de Mengele.

En uno de los tantos experimentos, Karen logro conseguir un resultado, que para mi seria un arma de doble filo.

El experimento llevaba por objetivo modificar el ADN de los otros, para que fuese mas como el mío, y aunque lo lograra, terminaban falleciendo por alguna que otra razón.

Muchos de los que le mutaban su ADN, sufrían alteraciones en sus cuerpos, se le caía el cabello. Otros tenían dolores en su interior, alguno que otro llegó a reventar luego de hacerles transfusiones de mi sangre.

Los años pasaban en ese maldito laboratorio, era un infierno estar allí, saber que era un experimento, que los hallazgos encontrados allí se convertirían en armas para el mundo, y no en un bien para la humanidad.

La soledad se apoderaba de mi, cada día que pasaba era un día mas en el cual esperaba deseoso la muerte. No podía soportar ya la vida que me toco vivir.

Esto era una verdadera carnicería, habían construido un horno grande, donde metían los cuerpos sin vidas de los demás y los convertían en cenizas.

Cuando estaba por darme por vencido, por tirarme al abandono y  planificar una manera de acabar con mi sufrimiento, apareció ella. 

La puerta de mi celda se abrió dejando entrar a dos extraños, no quise hacer ruido para que no me vieran, estos extraños examinaron la habitación sin percatarse de que estaba en una esquina en el suelo. Comenzaron a pasearse, examinando todo lo que los rodeaba, tropezaban ya que no había casi luz, Karen aún me colocaba Z54 para mantenerme en control y ya me había devuelto la sensación y el poder sentir dolor.

- Hola, mi nombre es Nikola - dije desde donde estaba.

- ¿Quién esta allí? - la voz de un chico se escucho.

- Soy yo - respondí levantando mi mano para que pudiesen verme.

- ¿Qué haces allí escondido? - dijo ella.

En ese momento me asombre un poco, jamás había compartido la habitación con una chica. Me incorporé rápidamente y caminé hasta ellos.

- No me escondo, las esquinas me relajan, tienen una extraña forma de relajarme -

- Mi nombre es Zac y ella es mi hermana Bianca, venimos de otro laboratorio - dijo Zac

- Pues yo no me muevo de acá nunca, mi madre es la encargada de este laboratorio -

Bianca se acercó a mi y pregunto tímidamente - ¿Tu eres quien tienes la cura de mi enfermedad? -

- No se de que estas hablando, perdona - respondí.

- Nos trasladaron a este laboratorio, porque hay una cura para nosotros y la lleva en la sangre alguien acá - comentó Zac.

- ¿Ustedes pertenecen a los bastardos de Mengele? - Pregunté.

Karen que escuchaba nuestra conversación, dijo por los altavoces - Nikola, estamos en otro nivel de investigación. Ellos no pertenecen a dicho grupo, sino más bien, son niños comunes que podremos salvar de ciertos problemas de salud -

- ¿Quién ha dicho eso? - preguntó Bianca.

- Ella es Karen, mi madre. Nos vigila día y noche - respondí volviendo a mi esquina.

Zac y Bianca se sentaron en el suelo, Zac consolaba a su hermana, diciéndole que pronto todo estaría bien y que saldrían pronto de allí.

Si supieran que jamás saldrán de aquí, por lo menos, no vivos. Me dije para mi mismo.

La DistorsiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora