Capitulo 11

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TODO ESTARÁ BIEN

Abril 5, casa de Max, 10:20 pm

La primera vez que cayó una tormenta sobre el pueblo de Rivenst fue cuando mi padre se fue de la casa. O eso me había parecido a los 16 años. Semanas antes, lo habían despedido de las minas y luego más tarde, mamá supo que papá le había sido infiel. Para cuando se fue de la casa, nos había dejado con un montón de deudas, que luego pagamos con el dinero de los abuelos. Ellos, estaban al tanto de todo, bueno casi de todo.

Roxana y Terrens (mis abuelos) aman a mi padre por sobre todas las cosas, pero jamas han podido superar que los haya abandonado por mi madre. Nunca ocultaron que mamá no les caía bien, es por ello que no les importó cuando papá quedó desempleado. Ellos sabían que volvería a sus brazos tarde o temprano como había sido antes de dejar en cinta a mi madre e irse a vivir a Rivenst.

Para mis padres el trato era sencillo: mi padre seguía contribuyendo monetariamente con las deudas de la casa y mis estudios en River, con la condición de que los abuelos no se enteraran por nada del mundo que ambos se habían separado. Mi padre tenía sus razones para ocultarles la verdad a mis abuelos y mi madre, pues no había otra explicación que la monetaria.

Ya era muy tarde por la noche cuando alcé la vista hacia la mesa y capté justo el momento que mi madre se contorsionó del fastidio. Sus labios estaban pálidos y entumecidos cómo si horas antes se los hubieran trenzado con dos alicates en cada esquina de sus mejillas. Bostecé enrollándome en el sillón, la vídeo llamada con los abuelos había finalizado. Los viernes son noches en las cuales la familia se reúnen via Skype para cenar y hablar de lo que sea que hablasen mientras comemos, la verdad casi nunca presto atención.

Fingir normalidad frente a los abuelos no es más que un cuchillo de doble filo: uno que necesitas para untar mantequilla en el pan todas las mañanas y otro para clavártelo en toda la boca del estómago y desayunar con una buena taza de café, el pan y tus intestinos como relleno.

Es por eso, que me toma por sorpresa cuando mamá habla y pronuncia aquellas palabras que pensé no escucharía jamás.

—Ya no podemos seguir haciendo esto Marion.

Ella se levantó del sofá y la maraña de cabello que le adornaba el rostro le tapó el ojo. Su voz tan afilada cortó cualquier silencio dentro de la habitación, a mi padre se le tensó los músculos.

—No pienso seguir otro viernes más soportando los insultos de tú madre, ni las preguntas inadecuadas de tu padre —añadió.

Me levanté del sillón y comencé a recoger las vajillas que quedaron de la cena sin dejar de ver los gestos de disgustos que hacían mis padres. Mi madre sabía cómo eran los abuelos, se casó con mi padre sabiendo que la detestaban, pero supongo que ahora que no están juntos ¿Quién querría aguantarse el calvario? Me dirigí al fregadero todavía escuchando sus voces. Por el rabillo del ojo, observo como mi padre se levantaba del sofá en desacuerdo.

—Tinna... —le escucho suplicar el nombre de mi madre—. No estás siendo razonable, no estás hablando enserio —dice tratando de apaciguar la decisión de mamá, pero sus palabras hacen lo contrario.

—Se acabó Marion. No quiero saber más de tus padres o de ti.

Papá guarda silencio, como si le hubiesen arrebatado por un momento las palabras y los pensamientos. Ellos cada vez que discutían alzaban la voz sin preocuparse de los vecinos, no tenían vergüenza alguna. A veces, me costaba admitir que me avergonzaba de sus actitudes. La burla del pueblo éramos. Papá parpadeó y se sacudió la camisa con una mano, luego se rascó el crecimiento de la barba del cuello.

La última noche de primavera  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora