Capitulo 4

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PARQUE DE ATRACCIONES ABANDONADOS Y CIGARRILLOS

Marzo 22, Royal Park, 6:00pm

Al final de la calle Roswan, donde se hallaba un postal de luz con el bombillo amarillento más mortecino que haya visto, se encontraba las cercas de malla alambrada que evitaban el paso hacia el viejo y tenebroso parque de atracciones de Rivenst.

Estuve divagando si ir o no ir desde que había salido de la casa de los Murrié. Ya había ido a la escuela, visitado a mi padre en el motel y justo hace aproximadamente unos treinta minutos atrás, me había desviado de mi casa cuando decidí allanar propiedad privada.

¿Cuál era el punto de ir al parque más embrujado del pueblo después de las cinco de la tarde?

Zoe, ese nombre se había convertido en mi excusa preferida. Cuando no llegaba a casa a la hora establecida, cuando bajar con un pie las escaleras de la biblioteca de River y torcerme el tobillo era una buena idea, cuando beber toda una botella de whisky y desmayarme en la piscina de los O'conner solo una mala noche, y sobre todo cuando decidí seguirla aquella noche, todas esas excusas llevaban su nombre.

Lo más absurdo, es que, si sabes que algo malo pasará, es porque todos tus instintos te dicen que des vuelta atrás. Pero vaya que siempre he sido terca, es por ello que me terminaban pasando todo tipo de cosas... Ya sea golpear a alguien por la espalda sin saber en qué me estaba metiendo, o una caída por una ventana como aquella vez que Zoe me hizo saltar por la suya. Aún recuerdo sus quejidos o como el aire de la noche golpeaba mi adolorido cuerpo...

Abril 17, Casa de los O'conner, hace un año...

—¡Todo ha sido su culpa! —Exclamó Zoe.

—Y por eso... es que estás castigada, ya entendí—elevé una ceja aburrida.

Ella continuó caminando en ambas direcciones de la habitación mordiéndose un mechón rubio de su cabello trenzado. Había estado en ese plan desde que me había hecho entrar a escondidas a su casa. Sus padres la habían castigado indefinidamente hasta que confesara quién era el chico con quién no había usado protección.

¡No estoy embarazada! ¿Qué más quieren de mí? Bastante castigo tuve las siguientes semanas luego de pensar que lo estaba —chilló cayendo sobre la cama acolchada de cojines afelpados rosas. Se removió entre ellos y asomó su cabeza sobre los cojines mirándome como si esperase que dijera algo.

Suspiré.

Para aquel año, Zoe actuaba extraño. En repetidas ocasiones desde mi ventana le había visto salir a media noche. Nunca le dije que la había visto y ella nunca me lo llegó a comentar, solo esperaba paciente el día en que lo hiciera. A veces solía escucharla hablar por teléfono como si se escondiera de alguien y cuando le llegaba un mensaje de texto, ella prefería no leerlo en mi presencia.

Días atrás a esa noche, revisaba su escritorio en busca del esmalte azul que le había prestado. Allí me topé con la factura de una prueba de embarazo. Al salir de la ducha, la esperé sentada en el cobertor de la cama con la factura en mano. Su respuesta: «Estaba aterrada». Fue cuestión de segundos cuando Zonja abrió la puerta, había escuchado toda nuestra conversación, lo demás es historia.

—¿No dirás nada? —me exigió con la voz atiplada.

—¿Qué quieres que te diga? —cuestioné.

Zoe gruñó.

—Te dije que estaba aterrada —recalcó por enésima vez.

Zoe no era del tipo de chica que a cualquier hombre con testosterona le llamase la atención. Ella era muy rigurosa, por lo que la lista no era muy larga. Richard de 21 años, había sido solo un ligue de fin de semana, habían pasado solo tres semanas de aquella fiesta en dónde lo conoció, ella comentó que lo habían hecho, que usaron protección y que no era buen polvo. Logan de 18 años, vive cerca de la avenida principal en la calle Carrie, aficionado a los vídeosjuegos, todo un ñoño de computadora. Zoe necesitaba un favor, le besó, pero no pasó más nada (dentro de lo que yo sé)

La última noche de primavera  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora