Capitulo 13

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INSOMNIO PARADISÍACO

Abril 13, calle Phoenix, 2:35 pm

Cuando aterricé en el jardín delantero, imaginé como una guillotina rebanaba la parte superior de mi cabeza. Que mi cerebro caía y se derramaba por los pelillos verdes del césped. Mi imaginación llegaba a ser tan creativa, que podía ver como las hormigas más peculiares del mundo llegaban a montones para mascar cada parte de mis sesos. Y, por más loco que suene, sentí paz. Había dado vueltas toda la noche pensando una y otra vez en todo lo que había estado ocurriendo desde que estuve en el Royal Park.

Mi insomnio comenzó con las llamadas que había recibido del teléfono de Zoe, he imaginado cada teoría sobre su paradero. Estás teorías o situaciones que llegaban a mi mente, no eran ni una de las pocas que me había imaginado en meses pasados. Una de ellas y la más coherente me decía que Zoe estaba secuestrada en algún almacén a las afueras de Rivenst. Que luego de un año de encierro, encontró su teléfono tras ganarse la confianza de uno de sus secuestradores, porque ella es demasiado guapa, que hasta sucia y llena de lo que sea que hay en ese almacén, lucía bien. Que cada vez que sus captores la dejaban sola me marcaba para pedir ayuda, pero la señal es fatal en donde está.

Sin embargo, si lo que pensaba llegaba a ser cierto, llamarla podría advertir a sus captores. No obstante, me arriesgué a hacerlo, porque si Zoe es lo demasiado lista que sé que es, pondría el teléfono en silencio o para ahorrar la batería lo apagaría. No es algo que ya no hubiese intentado desde hace tiempo, el llamarla. Cuando Zoe desapareció lo primero que hice fue marcar su teléfono repetidas veces, pero se escuchaba siempre descolgado.

En varias ocasiones entraba a su chat y escribía mensajes que jamás llegaban. Cuando recibí la primera llamada en el White Rabbit se me ocurrió revisar más tarde el chat, pero los mensajes aún no se habían entregado. Así que a las dos de la mañana sin saber en qué momento me quedaría dormida tomé el teléfono y entré al chat de Zoe. El pecho me dio un salto. Los mensajes se habían entregado. Rápidamente, como si en cualquier momento Zoe perdiera la señal, marqué su teléfono. Nada, descolgado. Le mandé un nuevo mensaje.

Estoy aquí Zoe, llamame, hablame, escribeme. No te des por vencida. Dime dónde estás.

El mensaje no se entregó.

Me levanté de la cama con una necesidad exorbitante de respirar aire nocturno, así que abrí mi ventana, saqué mi cuerpo, me senté en la cornisa y cuando creí que ya estaba cómoda y bien sujeta a ella, tomé una bocanada de aire sabor a petricor y miré afuera, hacia la casa de los O'conner. La ventana de la habitación de Zoe quedaba justo a un lado, no podía ver hacia su interior, pero cuando Zoe me hablaba desde su ventana, podía ver su perfil dando giros para encontrar mi rostro al otro extremo de las cercas.

Diciembre 28, calle Phoenix, 2:35 am, hace dos años...

—Algún día te caerás de culo si te sigues subiendo en la cornisa —gritó Zoe adormilada desde su ventana. Su cabello rubio estaba atado a una trenza y encima de su frente le adornaba un antifaz peludo. Me encogí de hombros. —¿Las pesadillas volvieron?

Moví mi pierna arriba y abajo. La altura de mi ventana no era tan alta como la de Zoe. No valía la pena saltar, aunque... no es que estuviese pensando en hacerlo.

—Nunca se van —resoplé en el aire.

Afuera el ambiente helaba mis brazos. De noche la calle Phoenix parecía abandonada, desolada, como si nadie habitara las casas. Excepto que, si miraba hacia la ventana del vecino a unas casas más adelante, podía ver luces verdes que se reflectaban en su ventana. Zoe me pilló mirando hacia ella.

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⏰ Última actualización: Mar 08 ⏰

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La última noche de primavera  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora