Capitulo 3

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(3)

¿QUÉ HARÍAS SI EL HOMBRE DE TUS SUEÑOS TE OBLIGA A HACER ALGO QUE TE ASUSTA MUCHO?

Marzo 22, Motel Hausto Glorial, 4:20 pm

El Hausto Glorial es ese motel de carretera con el letrero neón que dice "habitaciones disponibles" parpadeante y defectuoso de color rojo como bar de prostitutas.

Las habitaciones son piezas simples y aburridas. Tienen una cama individual con sábanas unicolor, un baño con olor a aromatizante de supermercado barato, una ducha que muchas veces no les llega el agua a las tuberías, y, por último, un posible homicidio en la alfombra del medio de la habitación número 22, esa que tiene una mancha oscura de color café que por más que trataron de quitarla jamás desapareció.

Las luces de colores azules y verdes intermitentes de la televisión, iluminaban y hacían sombras en la barba creciente de mi padre. De niña me le quedaba viendo su cabellera castaña y sus ojos mieles creyendo que era mi héroe. Es increíble como una idea como esa puede cambiar en un dos por tres.

Su aspecto ya no era el mismo, y no por la evolución de la edad, ya tenía sus 41 años, pero esa no era excusa para su avejentado aspecto. Ahora era un hombre muy diferente, sus ojos mieles habían perdido aquel brillo, en su cabellera se le asomaban algunas canas, y bajo toda esa ropa vieja y holgada, yacía una piel flácida. Era como tener a un extraño sentado justo a unos centímetros de mí. Su cuerpo estaba cómodamente apoltronado en la cama mientras bebía una lata de cerveza y con la otra mano se llevaba luego a la boca un perro caliente.

—¿Cómo está tu madre? —me preguntó sin apartar la mirada de la televisión.

—Supongo que bien —me junté de hombros—. Desde que te fuiste ella ha estado trabajando más horas en el hospital.

Desde las 7 de la mañana, hasta las 7 de la noche, mamá terminaba sus horas de trabajo y llegaba justo para la cena, pero... eran más las veces que hacía el turno nocturno que para cuando regresaba de la escuela, ella ya se debía de estar alistando para irse de nuevo al trabajo, quedándome sola la mayoría del tiempo en casa. La soledad es una de mis peores pesadillas, ambos lo sabían, y a ninguno le parecía importar, era como si se les hubiera olvidado por completo.

—Max.

Escuché la voz de mi padre, y desde la poca distancia que nos separaba, observé con incredulidad sus ojos, parecían afligidos. Era como si quisiera decirme que estaba arrepentido por todo el daño que nos había causado con su fugaz aventura. Quisiera creerle, sí. Pero eso no solo fue el causante de nuestra ruptura familiar.

Meses atrás, antes de que la verdad saliera a flote, antes que todo se volviera un completo desastre, lo habían despedido del trabajo. Mi madre había pegado el grito al cielo y fue cuestión de días cuando papá comenzó a echarse todo al hombro. Para completar, había comenzado una rutina que implicaba las bebidas alcohólicas, entre otros tipos de sustancias. Por lo visto, eso no ha cambiado con el tiempo y tampoco tenía la esperanza de que cambiase. Sin embargo, aun así, lo quería, sigue siendo mi padre.

—Mamá no me habla mucho, casi nunca está en casa —le comento y suspiro luego de ello.

Papá no dejaba de observar su lata de cerveza en silencio, pensativo «¿Qué pensaba?» Me llegaba a preguntar la mayoría de veces, y, aun así, nunca llegaba a contestar aquella pregunta.

Incertidumbre sentía con él, ausencia y abandono con ambos ¿Quiénes eran mamá y papá si nunca estaban?

Solo pasaron minutos cuando él tomó un gran trago de su cerveza y a continuación se aclaró la garganta.

La última noche de primavera  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora