Capítulo XII

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23 de diciembre, 2008.

"Por favor, no te separes de mí." Piensa Milán teniendo a Isolda entre sus brazos, ella recarga su cabeza en el pecho de su amor. Los árboles, adornados con luces por la navidad, iluminan las calles de la ciudad. La nieve ya empezó a caer, las noches se vuelven cada vez más frías pero la calidez de su amor los mantiene a salvo. Sentados en una banca del centro, admirando con entusiasmo las luces a su alrededor. Se abrazan y besan, tan unidos como unos recién casados, novios adolescentes que sueñan con un amor sin final. Tan enamorados, ebrios de su propio amor, alucinando con el futuro de su amor, complementandose cada día con la felicidad que cada uno se entrega.

Con solo tenerla a su lado, él sabe que está completamente enamorado. Milán quiere besarla ahora mismo, anhela sus suaves labios a cada segundo, orgulloso de abrir el alma con los más profundos secretos. La ama, la ama más que a cualquier otra persona en el mundo, no miente cuando se lo hace saber, una y otra vez para que Isolda no lo olvide. ¿Por qué pudo ser tan bella? ¿Cómo pudo nacer una mujer tan hermosa?¿Cuál es el secreto de una belleza única?

En una noche que solo es suya, destapan el primer vino, con las luces apagadas y sólo dos velas blancas que iluminan sus rostros. Dejan de lado aquellas heridas, intentando olvidar el pasado de cada uno, si uno fue malo con el cuerpo, eso ya no les importa y si el tiempo ha dejado algunas marcas. Brindan por haberse encontrado, las almas destinadas a estar juntas, sus destinos que se han cruzado y han hecho nacer el fuego de un amor. Aún cuando sus vidas eran tan distintas, se reconocieron desde el inicio, parece que la memoria del amor es la más poderosa, no olvida.

Dicen que tengo veneno en la piel y es que estoy hecha de plástico fino. Dicen que tengo un tacto divino y quién me toca se queda con él— canta Isolda acordé a la letra de la canción. Se tira al suelo, en él mueve sus brazos al ritmo de la música, ríe cada vez más, pronto se acerca su parte favorita— me creo que soy una bruja consumada y lo que pasa es que estoy intoxicada y eso que digo que ya no tomo nada.

Hace que Milán se ponga de pié junto a ella, antes solo la observaba con una sonrisa, él jamás soltará una carcajada, así parece, ella no lograra escuchar una. Le alegra ver a Isolda tan feliz, todo hombre que sabe ha encontrado al amor de su vida es dichoso cuando su pareja lo es, más aún cuando la ideal tiene líos de por medio que depende de la intoxicación para lograr una sonrisa que por su propia cuenta jamás. Esta risa ha sido verdadera, los movimientos dementes cuando sacude su cabeza y su larga cabellera logra golpear con el suelo, el baile con sensuales miradas y cantos, todo fue real, sin depender de ninguna sustancia.

Milán contempla la noche a través de la ventana, toma las manos de Isolda, las besa para después mirarla. Intercambian miradas de cariño. Isolda acaricia la suave mejilla de Milán, sus ojos se inundan en lágrimas de felicidad. El mundo se detiene en los segundos más hermosos de sus vidas, listos para quedarse así para siempre.

—No sabes cuántas veces soñé con este momento— revela Isolda— desde que te conocí, no pude parar de imaginarnos tomando nuestras manos. Creí que mi sueño no se cumpliría.

—Jamás dejes de decirme lo mucho que esperabas esto. Eso me da vida— contesta Milán. Su corazón late tan rápido por la emoción de las palabras tan sinceras que su amada novia ha dejado salir, con una tierna voz que quizá pocos o nadie conoce— yo iluminare cada noche a tu lado, cómo estás velas, guiaré tu corazón en la oscuridad. Prometo que lo haré.

—Te amo, te amare por el resto de mis días. Aún si estos son pocos, no olvides que me fui amando a un solo hombre.

Un inesperado beso cae en los labios de Milán, el beso de su paraíso, está vez con una sensación de amor diferente pero tan hermoso como el primero. Poco a poco ambos descubren lo que el otro desea, se miran directamente a los ojos para poder saber los sentimientos del otro, llegando a lo más profundo para evitar que esto termine. Predicen que está noche nadie podrá dormir y por la mañana todo volverá a empezar.

En esta velada no se trata de su mujer de aroma incomparable, que con mágicos movimientos paralizaba a un bar entero, de la que todos temían y advertían corriera una vez que le hiciera sentir nervioso. Ella era solo una ilusión creada por celosos cantos de aves grises. La verdadera era sensible, tan sensible que lloró una vez que las espinas atravesaron su piel, dejando salir un pequeño quejido para evitar los malos ratos, pero la expresión nadie la ocultó.

—Debo detenerme— cuestiona Milán con preocupación. Isolda negó con la cabeza recargada sobre su almohada—Tranquila, todo estará bien.

Entre los suaves besos y caricias sinceras, Isolda recuerda su temor por conocer su imperfecto ser. Toma la mano de Milán, sin embargo, él le hace saber lo hermosa que es, aún cuando para sí misma no lo sea, parece que a él no le importan las imperfecciones o es que no puede notarlas. Llena cada espacio de su cuerpo con amor y la habitación pronto desborda del aroma característico de un amor que ha sido completado. Esta noche amarla de pies a cabeza, hacerle saber lo real que es su sentimiento, sin temores, solo debe cerrar los ojos, toda su pasión quedará sellada en su alma. Hoy Isolda no sigue ningún guión de teatro, no hay personaje, no hay público al que convencer y complacer, lo dará todo, está no será la primera vez pero es así cómo se siente, entregándose a la única persona a quien ama. Milán lo sabe, sabe lo mucho que se esforzó aquella vez, intentando ser la mujer inolvidable, cuando en realidad, arrojar el guión a la basura es mucho más perfecto.

Para IsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora