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Buenas. Con unos días más de lo esperado pero aquí está el capítulo prometido.

Nota: Hay frases que solo se pronuncian en sus mentes, habitualmente las indico entrecomillándolas, pero en este caso, además, van también en cursiva.

Nada más, solo desear que lo disfrutéis y espero estar a la altura.

Solo hay una cosa en este mundo en la que Agoney crea tanto como en su nvda y es el hecho de que policías y bomberos, bajo ningún concepto, son capaces de ponerse de acuerdo. Por eso, cuando en contra de sus principios sigue los consejos de su suegro, lo hace con la sensación de que un asqueroso cuervo negro sobrevuela su cabeza.

Por supuesto, el que tenga una mente prodigiosa puede jactarse de llamarle tonto, pero estoy convencida de que el resto de mortales e inmortales hubiésemos actuado como él ante la información facilitada por Manuel.

— ¿Por qué no puedo tocarle?

— El problema no es tocarle, el problema será que puedas dejar de hacerlo, Agoney. Digamos que lo de la química en vuestro caso es estrictamente literal y demasiado estridente.

La película que se monta en su cabeza a continuación es que, tras el primer roce, estallarán fuegos artificiales, aparecerá un coro de gospel con violinistas y mariachis, él perderá el habla y la razón y se verá absorbido por un imán de dimensiones cósmicas que le llevará a besar hasta las amígdalas de su luna sin poder si quiera previamente declararse.

Y, si ha decidido que primero se declara, él se declara por sus santos y lupinos cojones.

Así que se esmera en su papel de funambulista con graciosos equilibrios para eludir, durante la siguiente media hora, a un Raoul mutado a lapa que parece haber desarrollado ventosas. Cuenta ya una docena las veces que se ha prometido pegarse un tiro en un órgano vital cada vez que se ve obligado a fingir un estornudo, una contractura o ataques de frío y calor extremos para esquivar a su koala.

Y, para ser sinceros, lo suyo es la manguera y no el alambre, así que pasados los 20 minutos la moral del más joven roza ya el subsuelo.

Cada puchero que se dibuja en las facciones de su bebé es una espina más en su garganta. Agoney le quiere así, le desea lapa, pulpo, monito, gatito y bufanda. Le quiere abrigo, le arde la piel en deseo de calma. Es por ello que se repite una y otra vez "no le toques, no le toques, no le toques, aguanta" mientras vuela hacia la cima en la que les aguarda su cascada.

— Estas enfadado. ¿Es eso, Ago? —Raoul lanza la pregunta en el mismo instante en el que pisan el claro.

Sus ánimos han ido decayendo, distanciándose en extremo de los que 24 horas antes le motivaron a saltar por la ventana de su habitación. Tanto que la joven profecía no se ve capaz de sobrevivir a esa dichosa ceremonia de equinocio con la dignidad herida de muerte y una pena creciente inundando su estómago. Menos aún si su novio se comporta de una forma tan extraña, con esa intensidad contenida y esa distancia buscada y constantemente rota. Se cree culpable y merecedor de ella, aunque no lo suficientemente preparado como para asumir sus consecuencias.

— No.

Claro, conciso y determinado. Agoney le mira fijamente hasta que vuelve a morderse el labio y apartar la mirada.

— ¿Entonces, no vas a dejarme?

Le rasguñan los abrazos negados. Se acaricia inconsciente la muñeca vacía y lamenta, una vez más, haber perdido a su fiel compañera. Esa gema que, aún reaccionando un poco demasiado histérica, siempre le ayudó a intuir a su ángel. La echa de menos con ansia.

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⏰ Última actualización: Jan 14, 2021 ⏰

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