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Bueno, os traigo un capítulo de regalo que ya os avancé que tenía medio escrito. Como cada vez que hay un cambio importante en sus vidas, el capítulo de hoy va destinado enteramente a tratar ese aspecto en un intento de dedicarles todo el cariño y respeto del que soy capaz. El de hoy es un tema delicado que, hasta el momento, he gestionado lo mejor que he podido pero nunca tan frontalmente. Si hay algo con lo que no estáis de acuerdo lo aceptaré y podemos hablarlo pero os pido, de antemano, respeto y un vocabulario no en extremo tajante.


Y, sin más, ahí va el capítulo de hoy.





El tiempo vuela entre preparativos y el viernes aterriza a lo meteorito despistado con un rubio que no ha tenido tiempo de plantearse que aquello era una muy pésima idea.


(En serio alguien se había creído que la profecía predestinada a salvar al mundo iba a ligarse a su luna a base de un bañador marcapaca despiertahormonas? Ilusos, que sois unos ilusos... Bueno, vale, y yo un poco loba...)

(Genial, ahora tengo una audiencia ávida de besos que me odia más que al coronavirus y su cuarentena 😊 y no me negareis que eso tiene un mérito digno de la profecía madre que soy)

(Vaaaa, que os animo a seguir leyendo porque beso no habrá aún pero sí bastantes risas, momentos muy tiernos y algunos pasitos previos del todo necesarios)


La verdad es que el plan urdido por ese trío de delincuentes no era tan malo enmarcado en un escenario en el que macarra y salido debían ser espectadores de lujo de cómo un rubio chiquitito demostraba parte de su inexistente poder de seducción. Porque recordemos que Raoul había aprendido a ligar copa en mano y codo en barra en noches de miradas correspondidas y apalancado en unas bonitas facciones y pretendientes espoleados por el alcohol.

Así que hoy se trataba de cavar a contrarreloj el túnel de huida de Alcatraz con una pala de arena para la playa.


Lo primero, por supuesto, serían los saludos de rigor entre pestañas y besitos en la mejilla que perdurarían en el tiempo y se quedarían a vivir más tiempo del necesario.

Después, por supuesto, un baño en el río. Ahí sí había habido bastante debate porque las chicas consideraban que el medio acuático era una excelente oportunidad para acortar distancias entre toqueteos mal disimulados pero Raoul sabía que su lago había impuesto, con los años, una rutina mucho más inocente o corría el riesgo de pasar una tarde lupina en caso de no atenerse a las normas preestablecidas. Y el joven ansiaba su primer beso pero temía a la humillación de ser rechazado en público por encima de todo el resto.

Así que confiaba ciegamente en que la burbuja, que se erigía en propietaria y coraza contra el mundo, sirviera para ablandar las defensas de su precioso lobo ángel.

Tras el baño refrescante de risas, abrazos, cosquillas y miradas de sol, un secado en toalla matrimonial que una rastreadora pelirroja implacable había localizado tras días de incansable búsqueda. Ahí, bajo el anonimato de la tela compartida, sí se atrevería a acercarse algo más de la cuenta con la excusa de algún escalofrío ciertamente inverosímil en aquel caluroso Agosto de Atlanta. Con cuidado, peinaría ese cabello de azabache que el moreno había prometido dejarse crecer para él y le diría al oído lo mucho que le había extrañado. No sería un problema porque Agoney siempre se había mostrado ciertamente proclive y encantado de sucumbir ante sus chantajes de luna caprichosa, casi parecía que los acogiera como un auténtico regalo de cumpleaños.

Por primera vez, podía imaginar piel contra piel adulta en espera. Cerraba los ojos y ya rememoraba la sensación de un baño de gloria. Se había duchado tres veces aquella misma mañana porque no pensaba hacerlo en tres días no fuera a escapársele por el desagüe la sensación de una piel eléctrica que arde ante el primer contacto sereno y consciente de su luna.

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