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Cuando Pablo toca el timbre ya sabe que, quizás, acabe con una patada en el culo impresa en su pantalón

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Cuando Pablo toca el timbre ya sabe que, quizás, acabe con una patada en el culo impresa en su pantalón. Aún así, se mantiene en el umbral, aceptando que, a veces, ser una mala noticia puede no ser algo personal.

— ¿Te manda la inquisición? —gruñe Agoney.

— Ya sabes que no. Vengo para saber cómo estás.

— ¡Joder! Mi suegro es que lo tiene todo. Entrometido, mandón y ahora cobarde. Menudo pack.

Sin embargo, tras un suspiro de resignación se hace a un lado, gruñe un "pasa" encriptado y se encamina hacia el sofá del salón donde se deja caer a peso. Sirius no tarda en hacerse un ovillo sobre sus piernas y ronronear descarado contra su abdomen. Solo entonces el moreno parece esbozar una pequeña sonrisa al lograr que los ronquidos cobren intensidad con caricias.

— ¿Cómo estás? —pregunta el recién llegado a la vez que toma asiento a su lado. No hay respuesta, salvo que el abatimiento general pueda considerarse como tal—. ¿Raoul?

— Arriba, dándose una ducha y poniéndose insultantemente guapo.

Pablo escucha el agua correr en la planta superior y una melodía opacada, también los engranajes de la cabeza de su acompañante crujir oxidados en cada giro.

— Está claro que llego en mal momento.

— Ojalá.

Habla la rabia. Pablo observa las manos nerviosas arañar las cutículas y ocultar su mirada esquiva en ese acto.

— Pareces un adolescente histérico.

— ¿Tan malo es?

— Para nada —sonríe y apoya la mano sobre su hombro con un pequeño apretón—. ¿Sabes, Ago? Estás cambiado. No sé qué pasa por esa cabecita pero te sienta genial, aunque ahora mismo solo tengas cinco añitos y quieras tirarte al suelo a llorar.

— ¿Te importa si lo hago? —La risa inunda la estancia. Desde que llegó hace cuatro meses a su nuevo hogar Pablo ríe más de lo que habla, como si la risa se hubiera instalado en su garganta convirtiendo sus cuerdas vocales en las de un violín travieso. El minino eleva el hocico curioso, olisquea el ambiente, con las orejas de punta en modo cazador, hasta que parece conforme con el entorno y se concentra en conciliar de nuevo el sueño. Agoney suspira deseando un poquito de su paz, se pregunta si confesarse con alguien pudiera devolvérsela—. Raoul dice que, si yo no voy, él tampoco va.

— ¿Y qué vas a hacer?

— Pues ir porque es su cumpleaños, aunque me duelan el orgullo y las ganas.

Pablo vuelve a sonreír. La comprensión se dibuja en sus pupilas y el espíritu de protección en su porte de Alfa.

— ¿Te cuento un secreto? —susurra a su oído— Yo estoy igual.

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