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Se escuchó la voz de la tía regañando a los primos, decía cosas sobre la carne del asado cruda o quemada

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Se escuchó la voz de la tía regañando a los primos, decía cosas sobre la carne del asado cruda o quemada. Mi padre y mi madre movieron las ollas de la cocina al comedor y en proceso un par de platos cayeron al suelo e hicieron un ruido irritante.

A pesar del caos, ninguno de nosotros cinco parpadeó y tampoco hicimos expresión alguna; ellos mantenían su mirada puesta en mí, casi de manera desafiante, como si estuvieran esperando cualquier movimiento para hacerme mover y delatarme.

Eran los más pequeños de la familia y me daban miedo.

—Te moviste —señaló uno de ellos —. ¡Acaba de parpadear! ¡Yo lo he visto parpadear!

Al no ser escuchado por los pequeños, pidió a gritos atención a los adultos. El espectáculo que hacía con sus manos me hizo girar la cabeza para apreciar mejor su berrinche y cuando ellos cinco comenzaron a reírse me di cuenta de que todo había sido planeado para distraerme y que yo cediera.

—Perdiste —dijeron al mismo tiempo —. Nos debes la calcomanía, sin llorar.

Mi expresión se endureció al observar como sacaban de mi colección la pegatina de Calcifer, sin ningún tipo de cuidado, como si no supieran que era una coleccionable muy poco común de encontrar.

Mis capacidades para negociar eran nulas.

—Hagamos algo —hablé, fingiendo que, como adulto responsable, el que estuvieran destruyendo mi álbum de pegatinas no me causaba dolor y cierto conflicto por haber accedido a jugar con ellos —. La próxima vez que venga les traeré algo mucho más bonito, y que puedan presumirles a sus amigos y...

Dejé de hablar cuando ellos sacaron del paquete transparente la pegatina y la añadieron al refrigerador, a la par de unos tatuajes de Pokemon y Ladybug; como si estuvieran calculando mi dolor uno de mis primos pasó con cuidado su mano por el resto de la colección y la entregó con una sonrisa en los labios.

Yo había pactado quedarme a su lado durante toda noche buena, pero ellos al tener la menor de las oportunidades me traicionaban y hacían un plan para que perdiera la poca dignidad que tenía en las cenas familiares.

Me alejé de ellos para acercarme a la mesa de los adultos, si algo tenía era mi capacidad para actuar con poco interés.

—Eso te pasa por sentarte en la mesa de los niños —acusó mi tía al mismo tiempo que me pasaba mi plato de comida —. La próxima vez no les des tanta libertad.

—Estaba compadeciéndome de ellos —contesté, mordiendo un trozo de carne que había tomado del plato de mi madre —. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó llenar ese álbum?

El resto de mis primos me observaron con cautela, estaban esperando mi respuesta para burlarse de mí y decirme que les daba mucha confianza a los pequeños y tenían razón, pero en el fondo me divertía jugando con ellos y no importaba que tanto perdiera con sus juegos infantiles, miraba a mi familia completa solo una vez al año, los pequeños momentos como esos era los que guardaba el resto de los meses para poder sobrevivir.

Cuando Acabe El Show (próximamente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora