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—Ya lo sé —dije finalmente, riéndome

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—Ya lo sé —dije finalmente, riéndome.

Él había dejado de mirarme de manera seria, hasta pude notar una sonrisa ladeada. Remojé mis brazos con el agua fría, mientras sentía el silencio que se formó tras dar mi respuesta. Volví a introducir todo mi cuerpo bajo del agua, hasta salir a flote, para acomodar mi cabello blanco, ordenado y peinado hacia atrás por el movimiento en el agua.

—¿Y descubriste esa presencia maligna?

—No se apareció. —Dijo. Estaba sentado muy tranquilo en el suelo, observando quién sabe qué. Verlo así parecía un ser humano normal y relajado, disfrutando de un día de campo. Me transmitía paz, todo lo contrario a cuando salí corriendo, sin mirar hacia atrás.

—¿Ahora eres un novato?

Él volvió a mirarme a los ojos. Había estudiado su comportamiento respecto a su campo de visión. Siempre me miraba a los ojos, o perdía su mirada en la lejanía del ambiente, pero nunca miraba mi cuerpo.

—No, pero preferí buscarte a ti, antes que a esa insignificancia. Podemos acabar con esa presencia en cualquier momento.

—Excusas.

Agregué, sin dejar de mirarlo con una pizca de diversión. En este momento él peligro parecía ajeno, inexistente. Sólo éramos dos idiotas en el río, me hacía revivir mi adolescencia. Y justamente así me sentía ahora, como una adolescente alocada. Sonreí ante ese pensamiento, ya que aún era jóven, pero últimamente no disfrutaba mi juventud como se merecía, puesto que el miedo de los demonios me había mantenido retenida.

Atrapada en mi propia libertad.

—Estoy teniendo la leve sospecha de que me estás provocando, encanto.

Arqueé una ceja, divertida. Y cuando menos se lo esperaba, hice un movimiento específico con mis manos debajo del agua, impulsando a la misma en dirección hacia donde Zach se encontraba. Aquel se quejó, sin siquiera haber sospechado de mis planes. No podía evitar reír mientras seguía lanzándole agua, y él se intentaba cubrir con sus brazos.

—Pareces humano, Zach.

—¿Me tengo que ofender?

Sonreí, asintiendo. De pronto mi cuerpo comenzó a sentir pequeños temblores involuntarios. Mis nervios estaban sintiendo el frío del agua con mucha intensidad, y decidí que era momento de salir del agua.

—¿Me pasas mi ropa? El agua está muy helada. —Agregué, tiritando.

Él tomó mi ropa y me la entregó. Volvió su vista hacia la lejanía del ambiente, y aproveché para salir del agua. Miré a mi alrededor con desconfianza, y cuando no ví a nadie merodeando y dando miradas interesadas, me tranquilicé. Miré mi cuerpo. Mi piel casi tan blanca como la leche o las nubes era algo que realmente llamaba la atención. Sobre todo en el bosque, donde todo era de color verde y marrón. Casi de forma literal, era un punto blanco, muy visible.

Lo celestial de tu infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora